Biografía de El Arte de la Prudencia (Su vida, historia, bio resumida)
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El Arte de la Prudencia

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El Arte de la Prudencia

Oráculo manual y arte de prudencia

  • Obra literaria de Baltasar Gracián en la que se ofrecen normas y consejos para vivir en sociedad a lo largo de trescientos aforismos comentados.
  • Publicación: Huesca, Juan Nogués, 1647
1. Hoy todo ha logrado la perfección, pero ser una auténtica persona es la mayor. Más se precisa hoy para ser sabio que antiguamente para formar siete, y más se necesita para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en el pasado.

2. Carácter e inteligencia: los dos polos para lucir las cualidades; uno sin otro es media buena suerte. No basta ser inteligente, se precisa la predisposición del carácter. La mala suerte del necio es errar la vocación en el estado, la ocupación, la vecindad y los amigos.

3. Manejar los asuntos con expectación. Los aciertos adquieren valor por la admiración que provoca la novedad. Jugar a juego descubierto ni gusta ni es útil. No descubrirse inmediatamente produce curiosidad: especialmente cuando el puesto es importante surge la expectación general. El misterio en todo, por su mismo secreto, provoca veneración. Incluso al darse a entender se debe huir de la franqueza. El silencio recatado es el refugio de la cordura.

4. El saber y el valor contribuyen conjuntamente a la grandeza. Hace al hombre inmortal porque ellos lo son. Tanto es uno cuanto sabe, y el sabio todo lo puede. Un hombre sin conocimientos es un mundo a oscuras. Es necesario tener ojos y manos, es decir; juicio y fortaleza. Sin valor es estéril la sabiduría.

5. Hacerse indispensable. No hace sagrada la imagen el que la pinta y adorna, sino el que la adora. El sagaz prefiere los que le necesitan a los que dan las gracias. La esperanza cortés tiene buena memoria, pero el agradecimiento vulgar es olvidadizo y es un error confiar en él.

6. Estar en la cima de la perfección. No se nace hecho. Cada día uno se va perfeccionando en lo personal y en lo laboral, hasta llegar al punto más alto, a la plenitud de cualidades, a la eminencia. Algunos nunca llegan a ser cabales, siempre les falta algo; otros tardan en hacerse.

7. Evitar las victorias sobre el jefe. Toda derrota es odiosa, y si es sobre el jefe o es necia o es fatal. Siempre fue odiada la superioridad, y más por los superiores. Será fácil hallar quien quiera ceder en éxito y en carácter, pero no en inteligencia, y mucho menos un superior. A los jefes les gusta ser ayudados, pero no excedidos.

8. No apasionarse: la señal del más elevado espíritu. Su misma superioridad le libra de la esclavitud a las impresiones pasajeras y comunes. No hay mayor señorío que el de sí mismo, de las propias pasiones. Es el triunfo de la voluntad. Y si la pasión puede afectar a lo personal, nunca alcance lo laboral, y menos aún cuanto mayor sea. Esta es la forma inteligente ahorrar disgustos y de lograr reputación pronto y fácilmente.

9. Eludir los defectos de su nación. Ninguna nación se escapa de algún defecto innato, incluso la más culta, defecto que censuran los Estados vecinos como cautela o como consuelo. Corregir, o por lo menos disimular, estos efectos es un triunfo; con ello se consigue el crédito de único entre los suyos, pues siempre se estima más lo que menos se espera.

10. Fortuna y fama. Lo que tiene de inconstancia la una, tiene de firmé la otra. La primera sirve para vivir, la segunda para después; aquella actúa contra la envidia, ésta contra el olvido.

11. Tratar con quien se pueda aprender. El trato amigable debe ser una escuela de erudición, es y la conversación una enseñanza culta. El prudente frecuenta las casas de los hombres eminentes. Hay que complementar lo útil del aprendizaje con lo gustoso de la conversación.

12. Naturaleza y arte, materia y elaboración. No hay belleza sin ayuda, ni perfección que no parezca bárbara sin la participación del arte: socorre lo malo y perfecciona lo bueno. Todo hombre parece tosco sin el arte. Es necesario pulirse para alcanzar la perfección.

13. Obrar con intención; con primera y con segunda intención. La vida del hombre es milicia contra la malicia del hombre: la sagacidad pelea con estratagemas de mala intención. Nunca hace lo que indica: apunta, si, para despistar; se insinúa con destreza y disimulo; y actúa en la inesperada realidad, atenta siempre a confundir. Deja caer una intención para tranquilizar la atención ajena, y gira inmediatamente contra ella, venciendo por lo impensado.

14. El fondo y la forma. No basta la sustancia, también se necesita la circunstancia. Los malos modos todo lo corrompen, hasta la justicia y la razón. Los buenos todo lo remedian: doran el no, endulzan la verdad y hermosean la misma vejez. En las cosas tiene gran parte el cómo.

15. Tener inteligencias auxiliares. Es una gran suerte de los poderosos acompañarse de hombres de gran entendimiento que les saquen de todos los problemas causados por la ignorancia y que incluso peleen por ellos las luchas más difíciles. El que no pudiera alcanzar a tener la sabiduría en servidumbre, que la alcance en la amistad.

16. Saber con recta intención garantiza la abundancia de aciertos. Un buen entendimiento casado con una mala voluntad fue siempre una violación monstruosa.

17. Variar de estilo al actuar. No obrar siempre igual. Así se confunde a los demás, especialmente si son competidores. No hay que obrar siempre de primera intención, pues nos captarán la rutina y se anticiparán y frustrarán las acciones. Tampoco hay que actuar siempre de segunda intención, pues entenderán la treta cuando se repita.

18. Aplicación y capacidad. No hay eminencia sin ambas, y si concurren, la eminencia es aún mayor. Es mejor conseguir una medianía con aplicación que una superioridad sin ella. La reputación se compra con trabajo: poco vale lo que poco cuesta.

19. No comenzar con demasiada expectación. Es un chasco frecuente ver que todo lo que recibe muchos elogios antes de que ocurra no llegará después a la altura esperada. Lo real nunca puede alcanzar a lo imaginado, porque imaginarse las perfecciones es fácil, pero es muy difícil conseguirlas.

20. Ser hombre de su época. Los hombres de rara eminencia dependen de la época en que viven. Las cosas tienen su tiempo; incluso las eminencias dependen del gusto de su época. Pero la sabiduría lleva ventaja: es eterna, y si éste no es su tiempo lo serán otros muchos.

21. El arte de la suerte. La buena suerte tiene sus reglas; no todo son casualidades para el sabio; el esfuerzo puede ayudar a la buena suerte. Si bien se piensa, no hay otro camino sino el de la virtud y la prudencia, porque no hay más buena ni mala suerte que la prudencia o la imprudencia.

22. Ser hombre agradable y jugosa conversación. La munición de los discretos es la galante y gustosa erudición, es decir, un saber práctico de todas las cosas corrientes, más inclinado a lo gustoso y elevado que a lo vulgar. Es conveniente tener una buena reserva de frases ingeniosas y comportamientos galantes y saberlos emplear en el momento recuadro. Más le valió a algunos la sabiduría que se comunica en el trato social que todos los conocimientos académicos.

23. No tener un defecto. Es nuestro destino tener defectos. Pocos viven sin ellos, tanto en lo moral como en el carácter. Sería una gran habilidad convertirlos en motivo de estimación. César supo cubrir de laureles su calvicie.

24. Moderar la imaginación es el todo para la felicidad. Unas veces hay que refrenarla y otras ayudarla: el buen sentido la ajusta.

25. Ser buen entendedor. Saber razonar era la más elevada de las artes; ya no es suficiente: ahora es necesario adivinar, y más en asuntos que pueden decepcionar. No puede ser entendido el que no sea buen entendedor. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir. El prudente debe saber entenderlas: resuena la credulidad en las cosas favorables y la estimula en las odiosas.

26. Encontrar el punto débil de cada uno. Este es el arte de mover las voluntades. Es más una destreza que determinación. Es saber por dónde se ha de entrar a cada uno. Primero hay que conocer el carácter, después tocar el punto débil, insistir en él, pues infaliblemente se quedará sin voluntad.

27. Mejor lo intenso que lo extenso. La perfección no consiste en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro: usar mucho lo bueno es abusar.

28. No ser vulgar en nada. No serlo en el gusto. Los hartazgos de aplauso popular no satisfacen a los discretos. El vulgo admira la necedad común y rechaza el consejo excelente.

29. Tener entereza. Hay que estar siempre de parte de la razón, con tal decisión que ni la pasión del vulgo ni la fuerza de la violencia obliguen jamás a pisar la raya de la razón.
30. No dedicarse a ocupaciones desacreditadas. Sólo se obtiene desprecio y no renombre. Las sectas del capricho son muchas y el hombre cuerdo debe huir de todas ellas. Hay gustos exóticos que siempre se casan con todo aquello que los sabios repudian.

31. Conocer a los afortunados, para escogerlos, y a los desdichados, para rechazarlos. La mala suerte es, con frecuencia, culpa de la estupidez y no hay contagio más pegadizo para los próximos al desdichado. Nunca se debe abrir la puerta al menor mal, pues siempre venderán tras el, a escondidas, otros mucho y mayores. En la duda lo mejor es acercarse a los sabios y prudentes, pues tarde o temprano dan con la buena suerte.

32. Tener fama de complaciente. Es fundamental para que gusten los que gobiernan; es una excelente calidad para que los soberanos obtengan la gracia de todos. Esta es la ventaja de mandar: poder hacer más bien que todos los demás.

33. Saber apartarse. Es una gran lección de la vida el saber negar, jamás pero lo es mayor el negarse uno mismo, tanto en los negocios como en el trato personal. Peor es ocuparse de lo inútil que no hacer nada. Para ser prudente no basta no ser entrometido: hay que procurar que no te entrometan.

34. Conocer su mejor cualidad. Hay que cultivar la cualidad más relevante y ayudar a las demás. Cualquiera habría triunfado si hubiera conocido su mejor cualidad. Lo que la pasión exalta con rapidez, tarde lo desengaña el tiempo.

35. Sopesar las cosas. Más las que más importa. Algunos hacen mucho caso de lo que importa poco y poco de lo que importa mucho, sopesando siempre al revés. El sabio todo lo sopesa, aunque ahonda especialmente donde hay profundidad y dificultades y dónde cree que a veces hay más de lo que piensa.

36. Tantear su suerte para actuar, para comprometerse. Es un gran arte saber gobernar la suerte, esperándola (pues también cabe la espera en ella) u obteniéndola (pues tiene turno favorable y oportuno). Pero su comportamiento es tan anómalo que no se puede entender del todo. Quien la encontró favorable, prosiga con atrevimiento, pues suele apasionarse por los audaces y, como mujer deslumbrante que es, por los jóvenes.

37. Conocer las insinuaciones y saber usarlas. Es el punto más sutil del trato humano. Se usan para probar los ánimos y, de la manera más disimulada y penetrante, el corazón.

38. Saber retirarse cuando se está ganando. Es lo que hace los jugadores profesionales. Tan importante es una lúcida retirada como un ataque esforzado. Hay que poner a salvo los éxitos cuando hubiera bastantes, incluso cuando fueran muchos.. Un éxito continuado fue siempre sospechoso; es más segura la buena fortuna alterna. La fortuna se cansa de llevar a uno a cuestas durante mucho tiempo.

39. Conocer cuando las cosas están en su punto, en su sazón, y saberlos disfrutar. Todas las obras de la naturaleza llegan al colmo de su perfección: hasta allí fueron ganando, desde allí irán perdiendo.

40. Don de gentes. Conseguir la admiración general es mucho, pero es más ganar el afecto. La cortesía es el mayor embrujo político de los grandes personajes. Primero hechos y después palabras.

41. Nunca exagerar. Es importante para la prudencia no hablar con superlativos, para no faltar a la verdad y para no deslucir la propia cordura. Las exageraciones son despilfarros de estima y dan indicio de escasez de conocimiento y gusto. La alabanza despierta vivamente la curiosidad, excita el deseo. Después, si no se corresponde el valor con el precio, como sucede con frecuencia, la expectación se vuelve contra el engaño y se desquita con el desprecio de lo elogiado y del que elogio.

42. La natural capacidad de mando. Es una secreta fuente de superioridad. No debe proceder de un enfadoso artificio, sino de una naturaleza imperiosa.

43. Sentir con los menos y hablar con los más. Querer ir contracorriente hace imposible descubrir los engaños y es peligroso. Sólo Sócrates podía hacerlo. La verdad es de pocos, pero el engaño es tan común como vulgar.

44. Simpatía con los grandes hombres. Una cualidad de héroe es concordar con los héroes. Esta simpatía es un prodigio de la naturaleza tanto por lo oculto como por lo ventajoso. Existe un parentesco de corazones y de caracteres. Sus efectos son los que la ignorancia vulgar atribuye a la magia.

45. Usar, y no abusar, de las segundas intenciones. No se deben mostrar ni dar a entender. Todo artificio se debe encubrir, pues es sospechoso, y más las segundas intenciones, pues son odiosas. El engaño se usa mucho, por eso y para evitar la desconfianza hay que multiplicar el recelo, sin mostrarlo. El recelo distancia e invita a la venganza, despierta el mal que no se había imaginado.

46. Corregir su antipatía. Solemos aborrecer de modo gratuito, incluso antes de conocer las supuestas cualidades. La cordura debe corregirlo, pues no hay peor descrédito que aborrecer a los mejores.

47. Huir de los asuntos difíciles y peligrosos. Es una de las primeras tareas de la prudencia. Estos asuntos son tentaciones del juicio y es más seguro huirlas que vencerlas.

48. Cuanto mayor fondo tiene el hombre tanto tiene de persona. Como los brillos interiores y profundos del diamante, lo interior del hombre siempre debe valer el doble que lo exterior. Hay sujetos que sólo son fachada, como casas sin acabar porque faltó caudal: tiene la entrada de palacio y de choza las habitaciones. No hay en estos donde descansar, o todo descansa, porque tras el saludo se acabó la conversación.

49. Ser hombre ocioso y observador. El manda en los objetos y no los objetos en el. Entiende y valora la esencia de cualquiera con sólo verlo. Todo lo descubre, advierte, alcanza y comprende.

50. Nunca perderse el respeto a sí mismo. Es mejor que ni siquiera se familiarice consigo mismo a solas. Su misma entereza debe ser la norma propia de su rectitud.

51. Saber elegir. Vivir es saber elegir. Se necesita buen gusto y un juicio muy recto, pues no son suficientes el estudio y la inteligencia. No hay perfección donde no hay elección.

52. Nunca perder la compostura. La finalidad principal de la prudencia es no perder nunca la compostura. Cualquier exceso de pasiones perjudica a la prudencia. Uno debe ser tan dueño de sí que ni en la mayor prosperidad ni en la mayor adversidad nadie pueda criticarle por haber perdido la compostura.

53. Ser diligente e inteligente. La diligencia hace con rapidez lo que la inteligencia ha pensado con calma. La prisa es una pasión de necios: como no descubren el límite, actúan sin reparo. Por el contrario, los sabios suelen pecar de lentos, pues una mirada atenta obliga a detenerse.

54. Tener valor y prudencia. Hasta las líbrese atreven con el león muerto. Con el valor no hay bromas. Si se cede en lo primero, también habrá que ceder en lo segundo, y así hasta el final. Más daña la flaqueza del ánimo que la del cuerpo.

55. Saber esperar. Hacerlo demuestra un gran corazón, con más amplitud de sufrimiento. Nunca apresurarse, nunca apasionarse. Si uno es señor de sí, lo será después de los otros. La espera prudente sazona los aciertos y madura los secretos pensamientos.

56. Tener buenas intromisiones. Nacen de una afortunada prontitud. Algunos piensan mucho para después equivocarse en todo, mientras otros lo aciertan todo sin pensarlo antes.

57. Más seguros con los reflexivos. Es suficientemente rápido lo que está bien. Lo que se hace deprisa, deprisa se deshace. Lo que mucho vale, mucho cuesta. Lo que tiene que durar una eternidad, debe tardar otra en hacerse.

58. Saber adaptarse. Uno no se debe mostrar igualmente inteligente con todos, ni se deben emplear más fuerzas de las necesarias. Ni derroches de sabiduría ni de méritos.

59. Salir con buen pie. Atención a los finales: hay que poner más cuidado en un final feliz que en una aplaudida entrada. Es frecuente que los afortunados tengan muy favorables comienzos y muy trágicos finales. Pocas veces acompaña la suerte a los que salen: es educada con los que vienen y descortés con los que van.
60. Buen juicio. Algunos ya nacen prudentes. Con la edad y la experiencia la razón madura cumplidamente.

61. Eminencia en lo mejor. Es una gran singularidad entre la pluralidad de perfecciones. No puede haber hombre grande que no tenga alguna cualidad sublime. Las medianías no son objeto de aplauso.

62. Contar con buenos colaboradores. Algunos quieren que su extremada perspicacia dominen sobre las limitaciones de los colaboradores. Es una peligrosa satisfacción que merece un castigo fatal.

63. La excelencia de ser el primero. Es una gran ventaja ser mano en el juego, pues gana en igualdad de circunstancias. Algunos prefieren ser primeros en segunda categoría que ser segundos en la primera.

64. Ahorrarse disgustos. Es útil y cuerdo ahorrarse disgustos. La prudencia evita muchos. No hay que dar malas noticias.

65. Un gusto excelente. Se puede cultivar, igual que la inteligencia. La excelente comprensión de las cosas refina el deseo y después aumenta el placer de conseguirlas.

66. Cuidado para que salgan bien las cosas. Algunos ponen el objetivo más en una dirección rigurosa que en alcanzar el éxito. El que vence no necesita dar explicaciones. La mayoría no percibe los detalles del procedimiento, sino los buenos o malos resultados. Todo lo dora un buen final. La regla es ir contra las reglas cuando no se puede conseguir de otro modo un resultado feliz.

67. Preferir las ocupaciones de reconocido prestigio. Hay empleos expuestos a la aclamación general, y hay otros, aunque más importantes, absolutamente invisibles.

68. Hacer que comprendan. Es más importante que hacer recordar. Unas veces hay que recordar y otras aconsejar.

69. No rendirse a los malos humores. El gran hombre nunca se sujeta a las variaciones anímicas. Conocerse es empezar a corregirse.

70. Saber negar. No se debe conceder todo, ni a todos. Tanto importa saber negar como saber conceder y pelos que mandan es una prudencia necesaria. Y aquí interviene la forma: más se estima el no de algunos que el si de otros, porque un no dorado satisface más que un si a secas. Es mejor que queden siempre algunos restos de esperanza para que templen lo amargo de la negativa.

71. No ser desigual, de proceder anómalo. El hombre prudente siempre fue el mismo en todas sus buenas cualidades, que esto habla bien de su inteligencia.

72. Ser decidido. Menos daña la mala ejecución que la falta de decisión. No se corrompen tanto las materias cuando corren como estancadas.

73. Saber usar evasivas. Es el recurso de los prudentes. Con la galantería de un donaire suelen salir del más intrincado laberinto. Con una sonrisa se evita la contienda más difícil. Cambiar de conversación es una treta cortés para decir que no. No hay mayor discreción que no darse por enterado.

74. No ser intratable. Las verdaderas fieras están en las ciudades. Ser inaccesible es vicio de los que se desconocen a sí mismos, los que con los honores cambian los humores. Enfadar al principio no es camino para la estima. Para subir al puesto agradaron a todos, y una vez en él se quieren desquitar enfadando a todos. Por la ocupación deben tratar con muchos, pero por aspereza y arrogancia todos les huyen. Para éstos el mejor castigo es dejarlos estar, apartando la prudencia junto con el trato.

75. Elegir un modelo elevado, más para superarlo que para imitarlo. Hay ejemplares de grandeza y textos animados por la reputación. Propóngase como modelo, cada uno en su ocupación, a los de más mérito, no tanto para seguirlos como para adelantarlos. Alejandro lloró, no a Aquiles sepultado, sino a sí mismo cuando aún no había llegado a la fama. No hay nada que excite más las ambiciones en el ánimo como el clarín de la fama ajena. El mismo que abate la envidia alienta la nobleza.

76. No estar siempre de broma. La prudencia se conoce en la seriedad, que está más acreditada que el ingenio. El que siempre está de burlas no es hombre de veras. A éstos los igualamos con los mentirosos al no creerlos; a los unos por recelo de la mentira, a los otros de su burla. Nunca se sabe cuándo hablan con juicio, lo que es tanto como no tenerlo. No hay mayor desaire que el continuo donaire. Otros ganan fama de chistosos y pierden el crédito de prudentes. Lo jovial debe tener su momento, y la seriedad todos los demás.

77. Saber adaptarse a todos. Es el gran arte de ganar a todos, porque la semejanza atrae la simpatía. Observar los caracteres y ajustarse al de cada uno. Al serio y al jovial seguirles la corriente, transformándose cortésmente. Es necesario para los que dependen de otros. Esta gran destreza para vivir necesita una gran capacidad.

78. Comenzar con pies de plomo. La Necedad siempre entra de rondón, pues todos los necios son audaces. Su misma estupidez, que les impide primero advertir los inconvenientes, después les quita el sentimiento de fracaso. Pero la Prudencia entra con gran tiento. Sus batidores son la Observación y la Cautela; ellas van abriendo camino para pasar sin peligro. Cualquier Acción Irreflexiva está condenada al fracaso por la Discreción, aunque a veces la salva la Suerte. Conviene ir con cuidado donde se teme que hay mucho fondo; que lo prepare la Sagacidad y que la Prudencia vaya ganando terreno. Hoy hay muchos bajíos en el trato humano y conviene ir siempre con la sonda en la mano.

79. Carácter jovial. Con moderación es una cualidad y no un defecto. Un grano de gracia todo lo sazona. Los mayores hombres también mueven la pieza del donaire, que atrae la gracia de todo el mundo. Pero respetando la prudencia y guardando el decoro. Otros hacen de una gracia el atajo para salir airosamente de un problema, pues hay cosas que se deben tomar en broma, incluso a veces las que el otro toma más en serio. Indica apacibilidad y es embrujo de los corazones.

80. Cautela al informarse. Se vive más de oídas que de lo que vemos. Vivimos de la fe ajena. El oído es la segunda pueda de la verdad y la principal de la mentira. De ordinario la verdad se ve y excepcionalmente se oye. Raras veces llega en su puro elemento y menos cuando viene de lejos: siempre trae algo de mezcla de los ánimos por donde ha pasado.

81. Renovar el lucimiento. La excelencia suele envejecer, y con ella la fama. La costumbre disminuye la admiración y una novedad mediana suele vencer a la mayor eminencia una vez envejecida. Hay que renovar el valor, el ingenio, el éxito, todo. Hay que aventurarse a renovar en brillantez, amaneciendo muchas veces como el sol, cambiando las actividades del lucimiento. La privación provocará el deseo, y la novedad el aplauso.

82. Nunca apurar ni el mal ni el bien. Un sabio redujo toda la sabiduría a la moderación en todo. Apurar el derecho es injusticia, y la naranja que mucho se exprime amarga. Incluso en el placer nunca se debe llegar a los extremos. El mismo ingenio se agota si se apura y sacará sangre en lugar de leche quien esquilme como si fuera un tirano.

83. Permitirse algún desliz venial. Un descuido suele ser a veces la mejor recomendación de las buenas cualidades. La envidia tiene su ostracismo, tanto más civil cuanto más criminal: acusa a lo muy perfecto de que peca en no pecar, y condena del todo lo que es perfecto en todo. La censura hiere, como el rayo, las más elevadas cualidades.

84. Saber valerse de los enemigos. Hay que saber coger todas las cosas no por el filo, para que hieran, sino por la empuñadura, para que defiendan; especialmente la emulación. Al hombre sabio le son más útiles sus enemigos que al necio sus amigos. Una malevolencia suele allanar montañas de dificultad que la benevolencia no se atrevería a pisar. A muchos sus enemigos les fabricaron su grandeza. Es más fiera la lisonja que el odio, pues éste señala defectos que se pueden corregir, pero aquélla los disimula. La cautela es grande cuando se vive junto a la emulación, a la malevolencia.

85. No servir de comodín. El mucho uso de lo excelente se convierte en abuso. Como todos lo desean, al final todos se enfadan. El que todos lo deseen desemboca en el enfado de todos. Es un gran defecto no servir para nada, y no menor querer servir para todo. Estos pierden por querer ganar muchas veces, y después son tan odiados como antes fueron deseados. Se encuentran estos comodines en cualquier género de perfecciones: pierden la inicial consideración de extraordinarias y se desprecian por comunes. El único remedio de todo lo extremado es guardar equilibrio en el lucimiento: la perfección debe ser máxima, pero la ostentación moderada. Cuanto más luce una antorcha, más se consume y menos dura. Una exhibición limitada se premia con una mayor estima.

86. Prevenir los rumores. La muchedumbre tiene muchas cabezas, y por eso muchos ojos para la malicia y muchas lenguas para el descrédito. A veces corre por ella un rumor que afea la mejor reputación y si se convierte en una extendida burla acabará con el renombre. Con frecuencia nace por algún error notorio, por ridículos defectos que son materia adecuada a las murmuraciones. El hombre prudente debe evitar estos descréditos oponiendo sus dotes de observación a la insolencia vulgar. Es más fácil prevenir que remediar.

87. Cultura y refinamiento. El hombre nace bárbaro; debe cultivarse para vencer a la bestia. La cultura nos hace personas, y más cuanto mayor es la cultura. Gracias a ella Grecia pudo llamar bárbaro al resto del mundo. La ignorancia es muy tosca. Nada cultiva más que el saber. Pero incluso la cultura es grosera sin refinamiento.

88. Amplitud en el trato. Hay que procurar que el trato sea elevado. El gran hombre no debe tratar de lo insignificante. Nunca se debe entrar en demasiados pormenores, y menos en las cosas desagradables. Aunque es ventajoso darse cuenta de todo como al descuido, no lo es quererlo averiguar todo con desmesurado interés. Mandar es, en gran parte, no darse por enterado. Hay que dejar pasar la mayoría de las cosas entre familiares, amigos y especialmente entre enemigos.

89. Conocerse a sí mismo. Conocer el carácter, la inteligencia, las opiniones y las inclinaciones. No se puede ser dueño de sí si primero no se conoce uno mismo. Cuando uno se despreocupe de su imagen exterior, debe conservar la interior para enmendarla y mejorarla. Tiene que conocer las fuerzas de su prudencia y perspicacia para emprender proyectos, comprobar su tesón para vencer el riesgo, tener medido su fondo y su capacidad para todo.

90. El arte para vivir mucho: vivir bien. Dos cosas acaban rápidamente con la vida: la necedad o el vicio. Unos perdieron la vida por no saberla guardar y otros por no querer hacerlo. Igual que la virtud es el premio de la virtud, el vicio es el castigo del vicio. Quien vive deprisa en el vicio, pronto termina de dos maneras: acaba con la vida y con la honra. Quien vive deprisa en la virtud, nunca muere.

91. Obrar sólo si no hay dudas sobre la prudencia. La sospecha de desacierto en el que actúa se convierte en evidencia para el que mira y mucho más si fuera un competidor. Si acaloradamente se adopta, con dudas, una decisión, después, sin pasión, se condenará la necedad manifiesta. Son peligrosas las acciones en las que duda la prudencia. Es más seguro no realizarlas. La prudencia no admite probabilidades.

92. Buen sentido trascendental, es decir, en todo. Es la primera y más alta regla para obrar y hablar, más recomendable cuanto mayores y más elevadas son las ocupaciones. Más vale un grano de buen sentido que montañas de inteligencia. Así se camina seguro, aunque no tan aplaudido. Pero la reputación de prudente es el triunfo de la fama. Con ella se satisface a los prudentes, cuya aprobación es la piedra de toque de los aciertos.

93. Hombre universal. Está hecho de todas las perfecciones y vale por muchos. Hace muy feliz la vida, y traslada este placer a los amigos. La variedad con perfecci6n es entretenimiento de la vida. Es un gran arte saber disfrutar de todo lo bueno. La naturaleza hizo del hombre, por su eminencia, un compendio de todo lo natural; que el arte lo convierta en un universo por el ejercicio y cultivo tanto del buen gusto como de la inteligencia.

94. Capacidad inabarcable. Es mejor que el hombre prudente evite que le midan la profundidad de su sabiduría y méritos, si quiere que todos le veneren. Que sea conocido pero no comprendido. Que nadie le averigüe los límites de la capacidad, para huir del peligro evidente del desengaño. Que nunca dé lugar a que ninguno le alcance del todo. Causa mayor veneración la opinión y la duda sobre dónde llega la capacidad de cada uno que la evidencia de ella, por grande que fuera.

95. Saber mantener la expectación: alimentarla siempre. Hay que prometer más y mucho. La mejor acción debe ser hacer un envite de gran cantidad. No se tiene que echar todo el resto en la primera buena jugada. Es una gran treta saber moderarse en las fuerzas, en el saber, e ir adelantando el triunfo.

96. Un extraordinario buen sentido. Es el trono de la razón, base de la prudencia, y por él cuesta poco acertar. Es el regalo del cielo más deseado por ser el primero y el mejor. Es la primera pieza de la armadura, tan necesaria que si falta cualquier otra el hombre no será llamado falto. Su menos, su falta, se nota más. Todas las acciones de la vida dependen de su influencia, y todas solicitan su aprobación, pues todo tiene que hacerse con seso, con buen sentido. Consiste en una propensión innata a todo lo que está de acuerdo con la razón. Siempre se casa con lo más acertado.

97. Conseguir y conservar la reputación. Es el usufructo de la fama. Cuesta mucho porque nace de las eminencias, más raras cuanto son comunes las medianías. Una vez conseguida, se conserva con facilidad. Obliga mucho y obra más. Es un tipo de majestad cuando llega a ser veneración, por la sublimidad de su origen y de su ámbito. Aunque la reputación en sí misma siempre se ha valorado.

98. Ocultar la voluntad. Las pasiones son los portillos del ánimo. El saber más práctico consiste en disimular. El que juega a juego descubierto tiene riesgo de perder. Que compita la reserva del cauteloso con la observación del advertido. A la mirada de lince, un interior de tinta de calamar. Es mejor que no se sepa la inclinación, para evitar ser conocido tanto en la oposición como en la lisonja.

99. Realidad y apariencia. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Son raros los que miran por dentro, y muchos lo que se contentan con lo aparente. No basta tener razón si la cara es de malicia.

100. El hombre desengañado, que conoce los errores y engaños de la vida: es sabio virtuoso y filósofo del mundo. Serlo, pero no parecerlo y mucho menos hacer ostentación. La filosofía moral está desacreditada, aunque es la mayor ocupación de los sabios. La ciencia de los prudentes vive desautorizada. Séneca la introdujo en Roma y luego se conservó en los palacios. Hoy se considera impertinente, pero siempre el desengaño fue pasto de la prudencia y delicia de la entereza.

101. La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, y ambas son necias. Según las opiniones, o todo es bueno o todo es malo. Lo que uno sigue el otro lo persigue. Es un necio insufrible el que quiere regularlo todo según su criterio. Las perfecciones no dependen de una sola opinión: los gustos son tantos como los rostros, e igualmente variados. No hay defecto sin afecto. No se debe desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, pues no faltarán otros que las aprecien. Ni enorgullezca el aplauso de éstos, pues otros lo condenarán. La norma de la verdadera satisfacción es la aprobación de los hombres de reputación y que tienen voz y voto en esas materias. No se vive de un solo criterio, ni de una costumbre, ni de un siglo. Aforismos


102. Estómago para los grandes bocados de la fortuna. En el cuerpo de la prudencia no es la parte menos importante un gran buche, que de grandes partes se compone una gran capacidad. No se embaraça con las buenas dichas quien merece otras mayores; lo que es ahíto en unos es hambre en otros. Ai muchos que se les gasta qualquier mui importante manjar por la cortedad de su natural, no acostumbrado ni nacido para tan sublimes empleos; açedáseles el trato, y con los humos que se levantan de la postiza honra viene a desvanecérseles la cabeça. Corren gran peligro en los lugares altos, y no caben en sí porque no cabe en ellos la suerte. Muestre, pues, el varón grande que aun le quedan ensanches para cosas mayores, y huiga con especial cuidado de todo lo que puede dar indicio de angosto coraçón.

103. Cada uno procure la dignidad en su justa medida. Sean todas las acciones, si no de un Rei, dignas de tal, según su esfera; el proceder Real, dentro de los límites de su cuerda suerte: sublimidad de acciones, remonte de pensamientos. Y en todas sus cosas represente un Rei por méritos, quando no por realidad, 38 que la verdadera soberanía consiste en la entereza de costumbres; ni tendrá que invidiar a la grandeza quien pueda ser norma della. Especialmente a los allegados al trono pégueseles algo de la verdadera superioridad, participen antes de las prendas de la magestad que de las ceremonias de la vanidad, sin afectar lo imperfecto de la inchaçón, sino lo realçado de la substancia.

104. Tener tomado el pulso a los empleos. Ai su variedad en ellos: magistral conocimiento, y que necessita de advertencia; piden unos valor y otros sutileza. Son más fáciles de manejar los que dependen de la rectitud, y más difíciles los que del artificio. Con un buen natural no es menester más para aquéllos; para éstos no basta toda la atención y desvelo. Trabajosa ocupación governar hombres, y más, locos o necios: doblado sesso es menester para con quien no le tiene. Empleo intolerable el que pide todo un hombre, de horas contadas y la materia cierta; mejores son los libres de fastidio juntando la variedad con la gravedad, porque la alternación refresca el gusto. Los más autorizados son los que tienen menos, o más distante, la dependencia; y aquél es el peor que al fin haze sudar en la residencia humana y más en la divina.

105. No cansar.Suele ser pessado el hombre de un negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisongera, y más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos vezes bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas essencias que fárragos; y es verdad común que hombre largo raras vezes entendido, no tanto en lo material de la disposición quanto en lo formal del discurso. Ai hombres que sirven más de embaraço que de adorno del universo, alajas perdidas que todos las desvían. Escuse el Discreto el embaraçar, y mucho menos a grandes personajes, que viven mui ocupados, y sería peor desazonar uno dellos que todo lo restante del mundo. Lo bien dicho se dize presto

106. No hacer ostentación de la suerte. Más ofende el ostentar la dignidad que la persona. Hazer del hombre es odioso, bastávale ser invidiado. La estimación se consigue menos quanto se busca más; depende del respeto ageno; y assí no se la puede tomar uno, sino merecerla de los otros y aguardarla. Los empleos grandes piden autoridad ajustada a su exercicio, sin la qual no pueden exercerse dignamente. Conserve la que merece para cumplir con lo substancial de sus obligaciones: no estrujarla, ayudarla sí, y todos los que hazen del hazendado en el empleo dan indicio de que no lo merecían, y que viene sobrepuesta la dignidad. Si se huviere de valer, sea antes de lo eminente de sus prendas que de lo adventicio; que hasta un Rei se ha de venerar más por la persona que por la extrínseca soberanía.

107. No mostrar satisfacción de sí. Viva ni descontento, que es poquedad, ni satisfecho, que es necedad. Nace la satisfación en los más de ignorancia y para en una felicidad necia, que, aunque entretiene el gusto, no mantiene el crédito. Como no alcança las superlativas perfecciones en los otros, págase de qualquiera vulgar medianía en sí. Siempre fue útil, a más de cuerdo, el rezelo, o para prevención de que salgan bien las cosas, o para consuelo quando salieren mal; que no se le haze de nuevo el desaire de su suerte al que ya se lo temía. El mismo Homero dormita tal vez, y cae Alexandro de su estado y de su engaño. Dependen las cosas de muchas circunstancias; y la que triunfó en un puesto, y en tal ocasión, en otra se malogra; pero la incorregibilidad de lo necio está en que se convirtió en flor la más vana satisfación, y va brotando siempre su semilla.

108. Atajo para ser una verdadera persona. Es mui eficaz el trato. Comunícanse las costumbres y los gustos. Pégase el genio, y aun el ingenio sin sentir. Procure, pues, el pronto juntarse con el reportado; y assí en los demás genios, con éste conseguirá la templança sin violencia: es gran destreza saberse atemperar. La alternación de contrariedades hermosea el universo y le sustenta, y si causa armonía en lo natural, mayor en lo moral. Válgase desta política advertencia en la elección de familiares y de famulares, que con la comunicación de los extremos se ajustará un medio mui discreto.

109. No ser acusador. Ai hombres de genio fiero, todo lo hazen delito, y no por passión, sino por naturaleza. A todos condenan, a unos porque hizieron, a otros porque harán. Indica ánimo peor que cruel, que es vil, y acriminan con tal exageración, que de los átomos hazen vigas para sacar los ojos: cómitres en cada puesto, que hazen galera de lo que fuera Elisio; pero si media la passión, de todo hazen estremos. Al contrario, la ingenuidad para todo alla salida, si no de intención, de inadvertencia.

110. No esperar a ser un sol que se pone. Máxima es de cuerdos dexar las cosas antes que los dexen. Sepa uno hazer triunfo del mismo fenecer; que tal vez el mismo Sol, a buen lucir, suele retirarse a una nube porque no le vean caer, y dexa en suspensión de si se puso o no se puso. Hurte el cuerpo a los ocasos para no rebentar de desaires; no aguarde a que le buelvan las espaldas, que le sepultarán vivo para el sentimiento, y muerto para la estimación. Jubila con tiempo el advertido al corredor cavallo, y no aguarda a que, cayendo, levante la risa en medio la carrera. Rompa el espejo con tiempo y con astucia la belleza, y no con impaciencia después al ver su desengaño.

111. Tener amigos. Es el segundo ser. Todo amigo es bueno y sabio para el amigo. Entre ellos todo sale bien. Tanto valdrá uno quanto quisieren los demás; y para que quieran, se les ha de ganar la voca por el coraçón. No ai hechiço como el buen servicio, y para ganar amistades, el mejor medio es hazellas. Depende lo más y lo mejor que tenemos de los otros. Hase de vivir, o con amigos o con enemigos. Cada día se ha de diligenciar uno, aunque no para íntimo, para aficionado, que algunos se quedan después para confidentes, passando por el acierto del delecto.

112. Ganar la benevolencia. Que aun la primera y suma Causa en sus mayores assuntos la previene y la dispone. Éntrase por el afecto al concepto. Algunos se fían tanto del valor, que desestiman la diligencia; pero la atención sabe bien que es grande el rodeo de solos los méritos, si no se ayudan del favor. Todo lo facilita y suple la benevolencia; no siempre supone las prendas, sino que las pone, como el valor, la entereza, la sabiduría, hasta la discreción. Nunca ve las fealdades, porque no las querría ver. Nace de ordinario de la correspondencia material en genio, nación, parentesco, patria y empleo. La formal es más sublime en prendas, obligaciones, reputación, méritos. Toda la dificultad es ganarla, que con facilidad se conserva. Puédese diligenciar, y saberse valer della.

113. Prepararse en la buena suerte para la mala fortuna. Arbitrio es hazer en el Estío la provisión para el Invierno, y con más comodidad. Van varatos entonces los favores, ai abundancia de amistades. Bueno es conservar para el mal tiempo, que es la adversidad cara, y falta de todo. Aya retén de amigos y de agradecidos, que algún día hará aprecio de lo que aora no haze caso. La villanía nunca tiene amigos: en la prosperidad porque los desconoce, en la adversidad la desconocen a ella.

114. Nunca competir. Toda pretensión con oposición daña el crédito. La competencia tira luego a desdorar, por desluzir. Son pocos los que hazen buena guerra, descubre la emulación los defectos que olvidó la cortesía. Vivieron muchos acreditados mientras no tuvieron émulos. El calor de la contrariedad aviva o resucita las infamias muertas, desentierra hediondezes passadas y antepassadas. Comiénçase la competencia con manifiesto de desdoros, ayudándose de quanto puede y no deve; y aunque a vezes, y las más, no sean armas de provecho las ofensas, haze dellas vil satisfación a su venganza, y sacude esta con tal aire, que haze saltar a los desaires el polvo del olvido. Siempre fue pacífica la benevolencia y benévola la reputación.

115. Acostumbrarse a las malas condiciones de los que nos rodean. Assí como a los malos rostros: es conveniencia donde tercia dependencia. Ai fieros genios que no se puede vivir con ellos, ni sin ellos. Es, pues, destreza irse acostumbrando, como a la fealdad, para que no se hagan de nuevo en la terribilidad de la ocasión. La primera vez espantan, pero poco a poco se les viene a perder aquel primer horror, y la reflexa previene los disgustos, o los tolera.

116. Tratar siempre con gentes de principios. Puede empeñarse con ellos, y empeñarlos. Su misma obligación es la mayor fiança de su trato, aun para varajar, que obran como quien son, y vale más pelear con gente de bien que triunfar de gente de mal. No ai buen trato con la ruindad, porque no se halla obligada a la entereza; por esso entre ruines nunca ai verdadera amistad, ni es de buena lei la fineza, aunque lo pareza, porque no es en fe de la honra. Reniegue siempre de hombre sin ella, que quien no la estima, no estima la virtud; y es la honra el trono de la entereza.

117. Nunca hablar de sí. O se ha de alabar, que es desvanecimiento, o se ha de vituperar, que es poquedad; y, siendo culpa de cordura en el que dize, es pena de los que oyen. Si esto se ha de evitar en la familiaridad, mucho más en puestos sublimes, donde se habla en común, y passa ya por necedad qualquier apariencia della. El mismo inconveniente de cordura tiene el hablar de los presentes por el peligro de dar en uno de dos escollos: de lisonja, o vituperio.

118. Ganar fama de cortés. Que basta a hazerle plausible. Es la cortesía la principal parte de la cultura, especie de hechizo, y assí concilia la gracia de todos, assí como la descortesía el desprecio y enfado universal. Si ésta nace de sobervia, es aborrecible; si de grosería, despreciable. La cortesía siempre ha de ser más que menos, pero no igual, que degeneraría en injusticia. Tiénese por deuda entre enemigos para que se vea su valor. Cuesta poco y vale mucho: todo honrador es honrado. La galantería y la honra tienen esta ventaja, que se quedan: aquélla en quien la usa, ésta en quien la haze.

119. No hacerse odiar. No se ha de provocar la aversión, que aun sin quererlo, ella se adelanta. Muchos ai que aborrecen de valde, sin saber el cómo ni por qué. Previene la malevolencia a la obligación. Es más eficaz y pronta para el daño la irascible que la concupiscible para el provecho. Afectan algunos ponerse mal con todos, por enfadoso o por enfadado genio; y si una vez se apodera el odio, es, como el mal concepto, dificultoso de borrar. A los hombres juiziosos los temen, a los maldizientes aborrecen, a los presumidos asquean, a los fisgones abominan, a los singulares los dexan. Muestre, pues, estimar para ser estimado, y el que quiere hazer casa haze caso.

120. Ser práctico en la vida. Hasta el saber ha de ser al uso, y donde no se usa, es preciso saber hazer del ignorante. Múdanse a tiempos el discurrir y el gustar: no se ha de discurrir a lo viejo, y se ha de gustar a lo moderno. El gusto de las cabeças haze voto en cada orden de cosas. Ésse se ha de seguir por entonces, y adelantar a eminencia. Acomódese el cuerdo a lo presente, aunque le parezca mejor lo passado, assí en los arreos del alma como del cuerpo. Sólo en la bondad no vale esta regla de vivir, que siempre se ha de platicar la virtud. Desconócese ya, y parece cosa de otros tiempos el dezir verdad, el guardar palabra; y los varones buenos parecen hechos al buen tiempo, pero siempre amados; de suerte que, si algunos ai, no se usan ni se imitan. ¡O, grande infelicidad del siglo nuestro, que se tenga la virtud por estraña y la malicia por corriente! Viva el Discreto como puede, si no como querría. Tenga por mejor lo que le concedió la suerte que lo que le ha negado.

121. No convertir en ocupación lo que no lo es. Assí como algunos todo lo hazen cuento, assí otros todo negocio: siempre hablan de importancia, todo lo toman de veras, reduziéndolo a pendencia y a misterio. Pocas cosas de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse sin él. Es trocar los puntos tomar a pechos lo que se ha de echar a las espaldas. Muchas cosas que eran algo, dexándolas, fueron nada; y otras que eran nada, por aver hecho caso dellas, fueron mucho. Al principio es fácil dar fin a todo, que después no. Muchas vezes haze la enfermedad el mismo remedio, ni es la peor regla del vivir el dexar estar.

122. Señorío al hablar y al actuar. Házese mucho lugar en todas partes, y gana de antemano el respeto. En todo influye, en el conversar, en el orar, hasta en el caminar; y aun el mirar en el querer. Es gran vitoria coger los coraçones. No nace de una necia intrepidez, ni del enfadoso entretenimiento, sí en una decente autoridad nacida del genio superior y ayudada de los méritos.

123. Hombre sin afectación. A más prendas, menos afectación, que suele ser vulgar desdoro de todas. Es tan enfadosa a los demás quan penosa al que la sustenta, porque vive mártir del cuidado, y se atormenta con la puntualidad. Pierden su mérito las mismas eminencias con ella, porque se juzgan nacidas antes de la artificiosa violencia que de la libre naturaleza, y todo lo natural fue siempre más grato que lo artificial. Los afectados son tenidos por estrangeros en lo que afectan; quanto mejor se haze una cosa se ha de desmentir la industria, porque se vea que se cae de su natural la perfección. Ni por huir la afectación se ha de dar en ella afectando el no afectar. Nunca el Discreto se ha de dar por entendido de sus méritos, que el mismo descuido despierta en los otros la atención. Dos vezes es eminente el que encierra todas las perfecciones en sí, y ninguna en su estimación; y por encontrada senda llega al término de la plausibilidad.

124. Llegar a ser deseado. Pocos llegaron a tanta gracia de las gentes, y si de los cuerdos, felicidad. Es ordinaria la tibieza con los que acaban. Ai modos para merecer este premio de afición: la eminencia en el empleo y en las prendas es segura; el agrado, eficaz. Házese dependencia de la eminencia, de modo que se note que el cargo le huvo menester a él, y no él al cargo; honran unos los puestos, a otros honran. No es ventaja que le haga bueno el que sucedió malo, porque esso no es ser deseado absolutamente, sino ser el otro aborrecido.

125. No ser un registro de faltas ajenas. Señal de tener gastada la fama propria es cuidar de la infamia agena. Querrían algunos con las manchas de los otros dissimular, si no labar, las suyas; o se consuelan, que es el consuelo de los necios. Huéleles mal la voca a éstos, que son los albañares de las inmundicias civiles. En estas materias, el que más escarba, más se enloda. Pocos se escapan de algún achaque original, o al derecho, o al través. No son conocidas las faltas en los poco conocidos. Huiga el atento de ser registro de infamias, que es ser un aborrecido padrón y, aunque vivo, desalmado.

126. No es necio el que hace la necedad, sino el que, una vez hecha, no la sabe encubrir. Hanse de sellar los afectos, ¡quánto más los defectos! Todos los hombres yerran, pero con esta diferencia, que los sagazes desmienten las echas, y los necios mienten las por hazer. Consiste el crédito en el recato, más que en el hecho, que si no es uno casto, sea cauto. Los descuidos de los grandes hombres se observan más, como eclipses de las lumbreras mayores. Sea excepción de la amistad el no confiarla los defectos; ni aun, si ser pudiesse, a su misma identidad. Pero puédese valer aquí de aquella otra regla del vivir, que es saber olvidar.

127. Carisma en todo. Es vida de las prendas, aliento del dezir, alma del hazer, realce de los mismos realces. Las demás perfecciones son ornato de la naturaleza, pero el despejo lo es de las mismas perfecciones: hasta en el discurrir se celebra. Tiene de privilegio lo más, deve al estudio lo menos, que aun a la disciplina es superior; passa de facilidad, y adelántase a vizarría; supone desembaraço, y añade perfección. Sin él toda belleza es muerta, y toda gracia, desgracia. Es trascendental al valor, a la discreción, a la prudencia, a la misma magestad. Es político atajo en el despacho, y un culto salir de todo empeño.

128. Grandeza de ánimo. Es de los principales requisitos para Héroe, porque inflama a todo género de grandeza. Realça el gusto, engrandeze el coraçón, remonta el pensamiento, ennoblece la condición y dispone la magestad. Dondequiera que se halla, se descuella, y aun tal vez, desmentida de la invidia de la suerte, rebienta por campear. Ensánchase en la voluntad, ya que en la possibilidad se violente. Reconócela por fuente la magnanimidad, la generosidad y toda heroica prenda.

129. Nunca quejarse. La quexa siempre trae descrédito. Más sirve de exemplar de atrevimiento a la passión que de consuelo a la compassión. Abre el passo a quien la oye para lo mismo, y es la noticia del agravio del primero disculpa del segundo. Dan pie algunos con sus quexas de las ofensiones passadas a las venideras, y pretendiendo remedio o consuelo, solicitan la complacencia, y aun el desprecio. Mejor política es celebrar obligaciones de unos para que sean empeños de otros, y el repetir favores de los ausentes es solicitar los de los presentes, es vender crédito de unos a otros. Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos.

130. Hacer y aparentar. Las cosas no passan por lo que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos vezes. Lo que no se ve es como si no fuesse. No tiene su veneración la razón misma donde no tiene cara de tal. Son muchos más los engañados que los advertidos: prevaleze el engaño y júzganse las cosas por fuera. Ai cosas que son mui otras de lo que parecen. La buena exterioridad es la mejor recomendación de la perfección interior.

131. Condición galante. Tienen su vizarría las almas, gallardía del espíritu, con cuyos galantes actos queda mui airoso un coraçón. No cabe en todos, porque supone magnanimidad. Primero assunto suyo es hablar bien del enemigo, y obrar mejor. Su mayor lucimiento libra en los lances de la venganza: no se los quita, sino que se los mejora, convirtiéndola, quando más vencedora, en una impensada generosidad. Es política también, y aun la gala de la razón de estado. Nunca afecta vencimientos, porque nada afecta, y quando los alcança el merecimiento, los dissimula la ingenuidad.

132. Pensarlo dos veces. Usar del reconsejo. Apelar a la revista es seguridad, y más donde no es evidente la satisfación; tomar tiempo, o para conceder, o para mejorarse: ofrécense nuevas razones para confirmar y corroborar el dictamen. Si es en materia de dar, se estima más el don en fe de la cordura que en el gusto de la presteza; siempre fue más estimado lo deseado. Si se ha de negar, queda lugar al modo, y para madurar el No, que sea más sazonado; y las más vezes, passado aquel primer calor del deseo, no se siente después a sangre fría el desaire del negar. A quien pide aprisa, conceder tarde, que es treta para desmentir la atención.

133. Antes loco con todos que cuerdo a solas. Dizen políticos. Que si todos lo son, con ninguno perderá; y si es sola la cordura, será tenida por locura: tanto importará seguir la corriente. Es el mayor saber a vezes no saber, o afectar no saber. Hase de vivir con otros, y los ignorantes son los más. Para vivir a solas: ha de tener o mucho de Dios o todo de bestia. Mas yo moderaría el aforismo, diziendo: antes cuerdo con los más que loco a solas. Algunos quieren ser singulares en las quimeras.

134. Duplicar los recursos necesarios en la vida. Es doblar el vivir. No ha de ser única la dependencia, ni se ha de estrechar a una cosa sola, aunque singular. Todo ha de ser doblado, y más las causas del provecho, del favor, del gusto. Es trascendente la mutabilidad de la Luna, término de la permanencia, y más las cosas que dependen de humana voluntad, que es quebradiza. Valga contra la fragilidad el retén, y sea gran regla del arte del vivir doblar las circunstancias del bien y de la comodidad: assí como dobló la naturaleza los miembros más importantes y más arriesgados, assí el arte los de la dependencia.

135. No tener espíritu de contradicción. Que es cargarse de necedad y de enfado; conjurarse ha contra él la cordura. Bien puede ser ingenioso el dificultar en todo, pero no se escapa de necio lo porfiado. Hazen estos guerrilla de la dulce conversación, y assí son enemigos más de los familiares que de los que no les tratan. En el más sabroso vocado se siente más la espina que se atraviessa, y eslo la contradición de los buenos ratos; son necios perniciosos, que añaden lo fiera a lo bestia.

136. Enterarse de los asuntos. Ponerse bien en las materias, tomar el pulso luego a los negocios. Vanse muchos o por las ramas de un inútil discurrir, o por las ojas de una cansada vervosidad, sin topar con la substancia del caso. Dan cien bueltas rodeando un punto, cansándose y cansando, y nunca llegan al centro de la importancia. Procede de entendimientos confusos, que no se saben desembarazar. Gastan el tiempo y la paciencia en lo que avían de dexar, y después no la ai para lo que dexaron.

137. El sabio se bastará a sí mismo. Él se era todas sus cosas, y llevándose a sí lo llebava todo. Si un amigo universal basta hazer Roma y todo lo restante del Universo, séase uno esse amigo de sí proprio, y podrá vivirse a solas. ¿Quién le podrá hazer falta si no ai ni mayor concepto ni mayor gusto que el suyo? Dependerá de sí solo, que es felicidad suma semejar a la entidad suma. El que puede passar assí a solas, nada tendrá de bruto, sino mucho de sabio y todo de Dios.

138. El arte de dejar estar las cosas. Arte de dexar estar. Y más quando más rebuelta la común mar, o la familiar. Ai torbellinos en el humano trato, tempestades de voluntad; entonces es cordura retirarse al seguro puerto del dar vado. Muchas vezes empeoran los males con los remedios. Dexar hazer a la naturaleza allí, y aquí a la moralidad. Tanto ha de saber el sabio médico para recetar como para no recetar, y a vezes consiste el arte más en el no aplicar remedios. Sea modo de sossegar vulgares torbellinos el alçar mano y dexar sossegar; ceder al tiempo aora será vencer después. Una fuente con poca inquietud se enturvia, ni se bolverá a serenar procurándolo, sino dexándola. No ai mejor remedio de los desconciertos que dexallos correr, que assí caen de sí proprios.

139. Conocer el día aciago. Que los ai: nada saldrá bien; y, aunque se varíe el juego, pero no la mala suerte. A dos lances convendrá conocerla y retirarse, advirtiendo si está de día o no lo está. Hasta en el entendimiento ai vez, que ninguno supo a todas horas. Es ventura acertar a discurrir, como el escrivir bien una carta. Todas las perfecciones dependen de sazón, ni siempre la belleza está de vez; desmiéntese la discreción a sí misma, ya cediendo, ya excediéndose; y todo para salir bien ha de estar de día. Assí como en unos todo sale mal, en otros todo bien y con menos diligencias. Todo se lo halla uno hecho, el ingenio está de vez, el genio de temple, y todo de estrella. Entonces conviene lograrla y no desperdiciar la menor partícula. Pero el varón juizioso no por un azar que vio sentencie definitivamente de malo, ni al contrario, de bueno, que pudo ser aquello desazón y esto ventura.

140. Encontrar inmediatamente lo bueno de cada cosa. Es dicha del buen gusto. Va luego la aveja a la dulçura para el panal, y la vívora a la amargura para el veneno. Assí los gustos, unos a lo mejor y otros a lo peor. No ai cosa que no tenga algo bueno, y más si es libro, por lo pensado. Es, pues, tan desgraciado el genio de algunos, que entre mil perfecciones toparán con solo un defecto que huviere, y esse lo censuran y lo celebran: recogedores de las inmundicias de voluntades y de entendimientos, cargando de notas, de defectos, que es más castigo de su mal delecto que empleo de su sutileza. Passan mala vida, pues siempre se zeban de amarguras y hazen pasto de imperfecciones. Más feliz es el gusto de otros que, entre mil defectos, toparán luego con una sola perfección que se le cayó a la ventura.

141. No escucharse uno mismo. Poco aprovecha agradarse a sí, si no contenta a los demás, y de ordinario castiga el desprecio común la satisfación particular. Débese a todos el que se paga de sí mismo. Querer hablar y oírse no sale bien; y si hablarse a solas es locura, escucharse delante de otros será doblada. Achaque de señores es hablar con el bordón del «¿digo algo?» y aquel «¿e?» que aporrea a los que escuchan. A cada razón orejean la aprobación o la lisonja, apurando la cordura. También los hinchados hablan con Eco, y como su conversación va en chapines de entono, a cada palabra solicita el enfadoso socorro del necio «¡bien dicho!»

142. No seguir nunca, por obstinación, el peor partido. Porque el contrario se adelantó y escogió el mejor. Ya comiença vencido, y assí será preciso ceder desairado: Nunca se vengará bien con el mal. Fue astucia del contrario anticiparse a lo mejor, y necedad suya oponérsele tarde con lo peor. Son éstos porfiados de obra más empeñados que los de palabra, quanto va más riesgo del hazer al dezir. Vulgaridad de temáticos, no reparar en la verdad, por contradezir, ni en la utilidad, por litigar. El atento siempre está de parte de la razón, no de la passión, o anticipándose antes o mejorándose después; que si es necio el contrario, por el mismo caso mudará de rumbo, passándose a la contraria parte, con que empeorará de partido. Para echarle de lo mejor es único remedio abraçar lo proprio, que su necedad le hará dexarlo y su tema le será despeño.

143. No convertirse en extravagante para escapar de la vulgaridad. No dar en Paradoxo por huir de vulgar. Los dos extremos son del descrédito. Todo assunto que desdize de la gravedad es ramo de necedad. Lo paradoxo es un cierto engaño plausible a los principios, que admira por lo nuevo y por lo picante; pero después con el desengaño del salir tan mal queda mui desairado. Es especie de embeleco, y en materias políticas, ruina de los estados. Los que no pueden llegar o no se atreven a lo heroico por el camino de la virtud, echan por lo paradoxo, admirando necios y sacando verdaderos a muchos cuerdos. Arguye destemplança en el dictamen, y por esso tan opuesto a la prudencia; y si tal vez no se funda en lo falso, por lo menos en lo incierto, con gran riesgo de la importancia.

144. Empezar con la conveniencia ajena para salirse con la suya. Entrar con la agena para salir con la suya. Es estratagema del conseguir. Aun en las materias del Cielo encargan esta santa astucia los Christianos maestros. Es un importante dissimulo, porque sirve de zebo la concebida utilidad para coger una voluntad: parécele que va delante la suya, y no es más de para abrir camino a la pretensión agena. Nunca se ha de entrar a lo desatinado, y más donde ai fondo de peligro. También con personas cuya primera palabra suele ser el No conviene desmentir el tiro, porque no se advierta la dificultad del conceder, mucho más quando se presiente la aversión. Pertenece este aviso a los de segunda intención, que todos son de la quinta sutileza.

145. No descubrir el dedo malo. Que todo topará allí. No quexarse dél, que siempre sacude la malicia adonde le duele a la flaqueza. No servirá el picarse uno sino de picar el gusto al entretenimiento. Va buscando la mala intención el achaque de hazer saltar: arroja varillas para hallarle el sentimiento, hará la prueva de mil modos hasta llegar al vivo. Nunca el atento se dé por entendido, ni descubra su mal, o personal o heredado, que hasta la fortuna se deleita a vezes de lastimar donde más ha de doler. Siempre mortifica en lo vivo; por esto no se ha de descubrir, ni lo que mortifica, ni lo que vivifica: uno para que se acabe, otro para que dure.

146. Mirar por dentro. Hállanse de ordinario ser mui otras las cosas de lo que parecían; y la ignorancia que no passó de la corteza se convierte en desengaño quando se penetra al interior. La mentira es siempre la primera en todo, arrastra necios por vulgaridad continuada. La verdad siempre llega la última, y tarde, coxeando con el tiempo; resérvanle los cuerdos la otra metad de la potencia que sabiamente duplicó la común madre. Es el engaño mui superficial, y topan luego con él los que lo son. El acierto vive retirado a su interior para ser más estimado de sus sabios y discretos.

147. No ser inaccesible. Ninguno ai tan perfecto, que alguna vez no necessite de advertencia. Es irremediable de necio el que no escucha; el más esento ha de dar lugar al amigable aviso, ni la soberanía ha de excluir la docilidad. Ai hombres irremediables por inacessibles, que se despeñan porque nadie osa llegar a detenerlos. El más entero ha de tener una puerta avierta a la amistad, y será la del socorro; ha de tener lugar un amigo para poder con desembaraço avisarle, y aun castigarle. La satisfacción le ha de poner en esta autoridad, y el gran concepto de su fidelidad y prudencia. No a todos se les ha de facilitar el respeto, ni aun el crédito; pero tenga en el retrete de su recato un fiel espejo de un confidente a quien deva y estime la corrección en el desengaño.

148. Poseer el arte de conversar. Tener el arte de conversar, en que se haze muestra de ser persona. En ningún exercicio humano se requiere más la atención, por ser el más ordinario del vivir. Aquí es el perderse o el ganarse; que si es necessaria la advertencia para escrivir una carta, con ser conversación de pensado, y por escrito, ¡quánto más en la ordinaria, donde se haze examen pronto de la discreción! Toman los peritos el pulso al ánimo en la lengua, y en fe de ella dixo el Sabio: «Habla, si quieres que te conozca». Tienen algunos por arte en la conversación el ir sin ella, que ha de ser olgada, como el vestir, entiéndese entre mui amigos; que quando es de respeto ha de ser más substancial, y que indique la mucha substancia de la persona. Para acertarse se ha de ajustar al genio y al ingenio de los que tercian. No ha de afetar el ser censor de las palabras, que será tenido por gramático, ni menos fiscal de las razones, que le hurtarán todos el trato y le vedarán la comunicación. La discreción en el hablar importa más que la eloqüencia.

149. Saber desviar a otro los males. Tener escudos contra la malevolencia, gran treta de los que goviernan. No nace de incapacidad, como la malicia piensa, sí de industria superior, tener en quien recaiga la censura de los desaciertos, y el castigo común de la murmuración. No todo puede salir bien, ni a todos se puede contentar. Aya, pues, un testa de yerros, terrero de infelizidades, a costa de su misma ambición.

150. Saber vender sus cosas.
No basta la intrínseca bondad dellas, que no todos muerden la substancia, ni miran por dentro. Acuden los más adonde al concurso, van porque ven ir a otros. Es gran parte del artificio saber acreditar: unas vezes celebrando, que la alabança es solicitadora del deseo; otras, dando buen nombre, que es un gran modo de sublimar, desmintiendo siempre la afectación. El destinar para solos los entendidos es picón general, porque todos se lo piensan, y quando no, la privación espoleará el deseo. Nunca se han de acreditar de fáciles, ni de comunes, los assuntos, que más es vulgarizarlos que facilitarlos; todos pican en lo singular por más apetecible, tanto al gusto como al ingenio.

151. Pensar por adelantado. Pensar anticipado: hoi para mañana, y aun para muchos días. La mayor providencia es tener horas della; para prevenidos no ai acasos, ni para apercibidos aprietos. No se ha de aguardar el discurrir para el ahogo, y á de ir de antemano; prevenga con la madurez del reconsejo el punto más crudo. Es la almohada Sibila muda, y el dormir sobre los puntos vale más que el desvelarse debaxo dellos. Algunos obran, y después piensan: aquello más es buscar escusas que conseqüencias. Otros, ni antes ni después. Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo: el reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir anticipado.

152. No acompañarse nunca de alguien que le pueda deslucir. Tanto por más quanto por menos. Lo que excede en perfección excede en estimación. Hará el otro el primer papel siempre, y él el segundo; y si le alcançare algo de aprecio, serán las sobras de aquel. Campea la Luna, mientras una, entre las Estrellas; pero en saliendo el Sol, o no parece o desaparece. Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a quien le realce. Desta suerte pudo parecer hermosa la discreta Fabula de Marcial, y lució entre la fealdad o el desaliño de sus donzellas. Tampoco ha de peligrar de mal de lado, ni honrar a otros a costa de su crédito. Para hazerse, vaya con los eminentes; para hecho, entre los medianos.

153. Evite llenar las vacantes de importancia. Huiga de entrar a llenar grandes vazíos. Y, si se empeña, sea con seguridad del excesso. Es menester doblar el valor para igualar al del passado. Assí como es ardid que el que se sigue sea tal que le haga deseado, assí es sutileza que el que acabó no le eclipse. Es dificultoso llenar un gran vacío, porque siempre lo passado pareció mejor; y aun la igualdad no bastará, porque está en possessión de primero. Es, pues, necessario añadir prendas para echar a otro de su possessión en el mayor concepto.

154. Ni creer ni querer fácilmente. No ser fácil, ni en creer, ni en querer. Conócese la madurez en la espera de la credulidad: es mui ordinario el mentir, sea extraordinario el creer. El que ligeramente se movió hállase después corrido; pero no se ha de dar a entender la duda de la fe agena, que passa de descortesía a agravio, porque se le trata al que contesta de engañador o engañado. Y aun no es ésse el mayor inconveniente, quanto que el no creer es indicio del mentir; porque el mentiroso tiene dos males, que ni cree ni es creído. La suspensión del juizio es cuerda en el que oye, y remítase de fe al autor aquel que dize: «También es especie de imprudencia la facilidad en el querer»; que, si se miente con la palabra, también con las cosas, y es más pernicioso este engaño por la obra.

155. Arte al apasionarse. Si es possible, prevenga la prudente reflexión la vulgaridad del ímpetu. No le será dificultoso al que fuere prudente. El primer passo del apassionarse es advertir que se apassiona, que es entrar con señorío del afecto, tanteando la necessidad hasta tal punto de enojo, y no más. Con esta superior reflexa entre y salga en una ira. Sepa parar bien, y a su tiempo, que lo más dificultoso del correr está en el parar. Gran prueva de juizio conservarse cuerdo en los trances de locura. Todo excesso de passión degenera de lo racional; pero con esta magistral atención nunca atropellará la razón, ni pisará los términos de la sindéresis. Para saber hazer mal a una passión es menester ir siempre con la rienda en la atención, y será el primer cuerdo a cavallo, si no el último.

156. Elegir a los amigos. Que lo han de ser a examen de la discreción y a prueva de la fortuna, graduados no sólo de la voluntad, sino del entendimiento. Y con ser el más importante acierto del vivir, es el menos asistido del cuidado. Obra el entremetimiento en algunos, y el acaso en los más. Es definido uno por los amigos que tiene, que nunca el sabio concordó con ignorantes; pero el gustar de uno no arguye intimidad, que puede proceder más del buen rato de su graciosidad que de la confiança de su capacidad. Ai amistades legítimas y otras adulterinas: éstas para la delectación, aquéllas para la fecundidad de aciertos. Hállanse pocos de la persona, y muchos de la fortuna. Más aprovecha un buen entendimiento de un amigo que muchas buenas voluntades de otros. Aya, pues, elección, y no suerte. Un sabio sabe escusar pesares, y el necio amigo los acarrea. Ni desearles mucha fortuna, si no los quiere perder.

157. No engañarse sobre la condición de las personas. No engañarse en las personas, que es el peor y más fácil engaño. Más vale ser engañado en el precio que en la mercadería; ni ai cosa que más necessite de mirarse por dentro. Ai differencia entre el entender las cosas y conocer las personas; y es gran filosofía alcançar los genios y distinguir los humores de los hombres. Tanto es menester tener estudiados los sugetos como los libros.

158. Saber valerse de los amigos. Saber usar de los amigos. Ai en esto su arte de discreción; unos son buenos para de lejos, y otros para de cerca; y el que tal vez no fue bueno para la conversación lo es para la correspondencia. Purifica la distancia algunos defectos que eran intolerables a la presencia. No sólo se ha de procurar en ellos conseguir el gusto, sino la utilidad, que ha de tener las tres calidades del bien, otros dizen las del ente: uno, bueno y verdadero, porque el amigo es todas las cosas. Son pocos para buenos, y el no saberlos elegir los haze menos. Saberlos conservar es más que el hazerlos amigos. Búsquense tales que ayan de durar, y aunque al principio sean nuevos, baste para satisfación que podrán hazerse viejos. Absolutamente los mejores los mui salados, aunque se gaste una anega en la experiencia. No ai desierto como vivir sin amigos. La amistad multiplica los bienes y reparte los males, es único remedio contra la adversa fortuna y un desahogo del alma.

159. Saber sufrir a los necios. Los sabios siempre fueron mal sufridos, que quien añade ciencia añade impaciencia. El mucho conocer es dificultoso de satisfazer. La mayor regla del vivir, según Epicteto, es el sufrir, y a esto reduxo la metad de la sabiduría. Si todas las necedades se han de tolerar, mucha paciencia será menester. A vezes sufrimos más de quien más dependemos, que importa para el exercicio del vencerse. Nace del sufrimiento la inestimable paz, que es la felicidad de la tierra. Y el que no se hallare con ánimo de sufrir apele al retiro de sí mismo, si es que aun a sí mismo se ha de poder tolerar.

160. Hablar con prudencia. Hablar de atento, con los émulos por cautela, con los demás por decencia. Siempre ai tiempo para embiar la palabra, pero no para bolverla. Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos. En lo que no importa se ha de ensayar uno para lo que importare. La arcanidad tiene visos de divinidad. El fácil a hablar cerca está de ser vencido y convencido.

161. Conocer los dulces defectos. El hombre más perfecto no se escapa de algunos, y se casa o se amanceba con ellos. Ailos en el ingenio, y mayores en el mayor, o se advierten más. No porque no los conozca el mismo sugeto, sino porque los ama; dos males juntos, apasionarse y por vicios. Son lunares de la perfección, ofenden tanto a los de afuera quanto a los mismos les suenan bien. Aquí es el gallardo vencerse y dar esta felicidad a los demás realces; todos topan allí, y quando avían de celebrar lo mucho bueno que admiran, se detienen donde reparan, afeando aquello por desdoro de las demás prendas.

162. Saber vencer la envidia y la malevolencia. Poco es ya el desprecio, aunque prudente; más es la galantería. No ai bastante aplauso a un dezir bien del que dize mal. No ai venganza más heroica que con méritos y prendas, que vencen y atormentan a la invidia. Cada felicidad es un apretón de cordeles al mal afecto, y es un infierno del émulo la gloria del emulado. Este castigo se tiene por el mayor: hazer veneno de la felicidad. No muere de una vez el envidioso, sino tantas quantas vive a vozes de aplausos el invidiado, compitiendo la perenidad de la fama del uno con la penalidad del otro. Es imortal éste para sus glorias y aquél para sus penas. El clarín de la Fama, que toca a imortalidad al uno, publica muerte para el otro, sentenciándole al suspendio de tan invidiosa suspensión.

163. Nunca se debe incurrir en el rechazo del afortunado por compasión del desgraciado. Nunca por la compassión del infeliz se ha de incurrir en la desgracia del afortunado. Es desventura para unos la que suele ser ventura para otros, que no fuera uno dichoso si no fueran muchos otros desdichados. Es proprio de infelices conseguir la gracia de las gentes, que quiere recompensar ésta con su favor inútil los disfavores de la fortuna; y viose tal vez que el que en la prosperidad fue aborrecido de todos, en la adversidad compadecido de todos: trocóse la vengança de ensalçado en compassión de caído. Pero el sagaz atienda al varajar de la suerte. Ai algunos que nunca van sino con los desdichados, y ladean hoi por infeliz al que huyeron ayer por afortunado. Arguye tal vez nobleza del natural, pero no sagazidad.

164. Divulgar algunas cosas. Echar al aire algunas cosas. Para examinar la aceptación, un ver cómo se reciben, y más las sospechosas de acierto y de agrado. Assegúrase el salir bien, y queda lugar o para el empeño o para el retiro. Tantéanse las voluntades desta suerte, y sabe el atento dónde tiene los pies: prevención máxima del pedir, del querer y del governar.

165. Tener juego limpio. Hazer buena guerra. Puédenle obligar al cuerdo a hazerla, pero no mala. Cada uno ha de obrar como quien es, no como le obligan. Es plausible la galantería en la emulación. Hase de pelear no sólo para vencer en el poder, sino en el modo. Vencer a lo ruin no es vitoria, sino rendimiento. Siempre fue superioridad la generosidad. El hombre de bien nunca se vale de armas vedadas, y sonlo las de la amistad acabada para el odio començado, que no se ha de valer de la confiança para la vengança; todo lo que huele a traición inficiona el buen nombre. En personages obligados se estraña más qualquier átomo de vajeza; han de distar mucho la nobleza de la vileza. Préciese de que si la galantería, la generosidad y la fidelidad se perdiessen en el mundo se avían de buscar en su pecho.

166. Saber distinguir al hombre de palabras del hombre de hechos. Es única precisión, assí como la del amigo, de la persona, o del empleo, que son mui diferentes. Malo es, no teniendo palabra buena, no tener obra mala; peor, no teniendo palabra mala, no tener obra buena. Ya no se come de palabras, que son viento, ni se vive de cortesías, que es un cortés engaño. Caçar las aves con luz es el verdadero encandilar. Los desvanecidos se pagan del viento; las palabras han de ser prendas de las obras, y assí han de tener el valor. Los árboles que no dan fruto, sino ojas, no suelen tener coraçón. Conviene conocerlos, unos para provecho, otros para sombra.

167. Saber ayudarse. No ai mejor compañía en los grandes aprietos que un buen coraçón; y quando flaqueare se ha de suplir de las partes que le están cerca. Házensele menores los afanes a quien se sabe valer. No se rinda a la fortuna, que se le acabará de hazer intolerable. Ayúdanse poco algunos en sus trabajos, y dóblanlos con no saberlos llevar. El que ya se conoce socorre con la consideración a su flaqueza, y el Discreto de todo sale con victoria, hasta de las Estrellas.

168. No convertirse en un monstruo de estupidez No dar en monstro de la necedad. Sonlo todos los desvanecidos, presuntuosos, porfiados, caprichosos, persuadidos, extravagantes, figureros, graciosos, noveleros, paradoxos, sectarios y todo género de hombres destemplados; monstros todos de la impertinencia. Toda monstrosidad del ánimo es más diforme que la del cuerpo, porque desdize de la belleza superior. Pero ¿quién corregirá tanto desconcierto común? Donde falta la sindéresis, no queda lugar para la dirección, y la que avía de ser observación reflexa de la irrisión es una mal concebida presunción de aplauso imaginado..

169. Es más importante no errar ni una vez que acertar cien veces. Nadie mira al Sol resplandeciente, y todos eclipsado. No le contará la nota vulgar las que acertare, sino las que errare. Más conocidos son los malos para murmurados que los buenos para aplaudidos; ni fueron conocidos muchos hasta que delinquieron, ni bastan todos los aciertos juntos a desmentir un solo y mínimo desdoro. Y desengáñese todo hombre, que le serán notadas todas las malas, pero ninguna buena, de la malevolencia.

170. Tener reservas en todas las circunstancias. Usar del retén en todas las cosas. Es assegurar la importancia. No todo el caudal se ha de emplear, ni se han de sacar todas las fuerças cada vez; aun en el saber ha de aver resguardo, que es un doblar las perfecciones. Siempre ha de aver a que apelar en un aprieto de salir mal; más obra el socorro que el acometimiento, porque es de valor y de crédito. El proceder de la cordura siempre fue al seguro. Y aun en este sentido es verdadera aquella paradoxa picante: más es la metad que el todo.

171. No malgastar los apoyos. No gastar el favor. Los amigos grandes son para las grandes ocasiones. No se ha de emplear la confiança mucha en cosas pocas, que sería desperdicio de la gracia. La sagrada áncora se reserva siempre para el último riesgo. Si en lo poco se abusa de lo mucho, ¿qué quedará para después? No ai cosa que más valga que los valedores, ni más preciosa hoi que el favor: haze y deshaze en el mundo hasta dar ingenio o quitarlo. A los Sabios lo que les favorecieron naturaleza y fama les invidió la fortuna. Más es saber conservar las personas y tenerlas que los averes.

172. No competir con quien no tiene que perder. Es reñir con desigualdad. Entra el otro con desembaraço porque trae hasta la vergüença perdida; remató con todo, no tiene más que perder, y assí se arroja a toda impertinencia. Nunca se ha de exponer a tan cruel riesgo la inestimable reputación; costó muchos años de ganar, y viene a perderse en un punto de un puntillo: yela un desaire mucho lucido sudor. Al hombre de obligaciones házele reparar el tener mucho que perder. Mirando por su crédito, mira por el contrario, y como se empeña con atención, procede con tal detención, que da tiempo a la prudencia para retirarse con tiempo y poner en cobro el crédito. Ni con el vencimiento se llegará a ganar lo que se perdió ya con el exponerse a perder.

173. No ser de cristal en el trato con los demás. Y menos en la amistad. Quiebran algunos con gran facilidad. Descubriendo la poca consistencia; llénanse a sí mismos de ofensión, a los demás de enfado. Muestran tener la condición más niña que las de los ojos, pues no permite ser tocada, ni de burlas ni de veras. Oféndenla las motas, que no son menester ya notas. Han de ir con grande tiento los que los tratan, atendiendo siempre a sus delicadezas; guárdanles los aires, porque el más leve desaire les desazona. Son éstos ordinariamente mui suyos, esclavos de su gusto, que por él atropellarán con todo, idólatras de su honrilla. La condición del amante tiene la metad de diamante en el durar y en el resistir.

174. No vivir deprisa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. A muchos les sobra la vida y se les acaba la felicidad. Malogran los contentos, que no los gozan, y querrían después bolver atrás, quando se hallan tan adelante. Postillones del vivir, que a más del común correr del tiempo, añaden ellos su atropellamiento genial. Querrían devorar en un día lo que apenas podrán digerir en toda la vida. Viven adelantados en las felicidades, cómense los años por venir y, como van con tanta priesa, acaban presto con todo. Aun en el querer saber ha de aver modo para no saber las cosas mal sabidas. Son más los días que las dichas: en el gozar, a espacio; en el obrar, a prisa. Las hazañas bien están, hechas; los contentos, mal, acabados.

175. Ser persona de sustancia. Y el que lo es no se paga de los que no lo son. Infeliz es la eminencia que no se funda en la substancia. No todos los que lo parecen son hombres: hailos de embuste, que conciben de quimera y paren embelecos; y ai otros sus semejantes que los apoyan y gustan más de lo incierto que promete un embuste, por ser mucho, que de lo cierto que assegura una verdad, por ser poco. Al cabo, sus caprichos salen mal, porque no tienen fundamento de entereza. Sola la verdad puede dar reputación verdadera, y la substancia entra en provecho. Un embeleco ha menester otros muchos, y assí toda la fábrica es quimera, y como se funda en el aire es preciso venir a tierra: nunca llega a viejo un desconcierto; el ver lo mucho que promete basta hazerlo sospechoso, assí como lo que prueva demasiado es impossible.

176. Saber escuchar a quien sabe. Sin entendimiento no se puede vivir, o proprio, o prestado; pero ai muchos que ignoran que no saben y otros que piensan que saben, no sabiendo. Achaques de necedad son irremediables, que como los ignorantes no se conocen, tampoco buscan lo que les falta. Serían sabios algunos si no creyessen que lo son. Con esto, aunque son raros los oráculos de cordura, viven ociosos, porque nadie los consulta. No desminuye la grandeza, ni contradize a la capacidad, el aconsejarse. Antes, el aconsejarse bien la acredita. Debata en la razón para que no le combata la desdicha.

177. Evitar familiaridades en el trato. Escusar llanezas en el trato. Ni se han de usar, ni se han de permitir. El que se allana pierde luego la superioridad que le dava su entereza, y tras ella la estimación. Los Astros, no roçándose con nosotros, se conservan en su esplendor. La divinidad solicita decoro; toda humanidad facilita el desprecio. Las cosas humanas, quanto se tienen más, se tienen en menos, porque con la comunicación se comunican las imperfecciones que se encubrían con el recato. Con nadie es conviniente el allanarse: no con los mayores, por el peligro, ni con los inferiores, por la indecencia; menos con la villanía, que es atrevida por lo necio, y no reconociendo el favor que se le haze, presume obligación. La facilidad es ramo de vulgaridad.

178. Creer al corazón. Y más quando es de prueva. Nunca le desmienta, que suele ser pronóstico de lo que más importa: oráculo casero. Perecieron muchos de lo que se temían; mas ¿de qué sirvió el temerlo sin el remediarlo? Tienen algunos muy leal el coraçón, ventaja del superior natural, que siempre los previene, y toca a infelicidad para el remedio. No es cordura salir a recebir los males, pero sí el salirles al encuentro para vencerlos.

179. La reserva es la marca de la inteligencia. La retentiva es el sello de la capacidad. Pecho sin secreto es carta avierta. Donde ai fondo están los secretos profundos, que ai grandes espacios y ensenadas donde se hunden las cosas de monta. Procede de un gran señorío de sí, y el vencerse en esto es el verdadero triunfar. A tantos pagan pecho a quantos se descubre. En la templança interior consiste la salud de la prudencia. Los riesgos de la retentiva son la agena tentativa: el contradezir para torcer; el tirar varillas para hazer saltar: aquí el atento más cerrado. Las cosas que se han de hazer no se han de dezir, y las que se han de dezir no se han de hazer.

180. No regirse nunca por lo que el enemigo debería hacer. El necio nunca hará lo que el cuerdo juzga, porque no alcança lo que conviene; si es discreto, tampoco, porque querrá desmentirle el intento penetrado, y aun prevenido. Hanse de discurrir las materias por entrambas partes, y rebolverse por el uno y otro lado, disponiéndolas a dos vertientes. Son varios los dictámenes: esté atenta la indiferencia, no tanto para lo que será quanto para lo que puede ser.

181. Sin mentir, no decir todas las verdades. No ai cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del coraçón. Tanto es menester para saberla dezir como para saberla callar. Piérdese con sola una mentira todo el crédito de la entereza. Es tenido el engañado por falto y el engañador por falso, que es peor. No todas las verdades se pueden dezir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.

182. Un poco de audacia con todos es una importante prudencia. Un grano de audacia con todos es importante cordura. Hase de moderar el concepto de los otros para no concebir tan altamente dellos que les tema; nunca rinda la imaginación al coraçón. Parecen mucho algunos hasta que se tratan, pero el comunicarlos más sirvió de desengaño que de estimación. Ninguno excede los cortos límites de hombre. Todos tienen su si no, unos en el ingenio, otros en el genio. La dignidad da autoridad aparente, pocas vezes la acompaña la personal, que suele vengar la suerte la superioridad del cargo en la inferioridad de los méritos. La imaginación se adelanta siempre y pinta las cosas mucho más de lo que son. No sólo concibe lo que hai, sino lo que pudiera aver. Corríjala la razón, tan desengañada a experiencias. Pero ni la necedad ha de ser atrevida ni la virtud temerosa. Y si a la simplicidad le valió la confianza, ¡quánto más al valer y al saber!

183. No ser testarudo. No aprender fuertemente. Todo necio es persuadido, y todo persuadido necio; y quanto más erróneo su dictamen, es mayor su tenacidad. Aun en caso de evidencia, es ingenuidad el ceder, que no se ignora la razón que tuvo y se conoce la galantería que tiene. Más se pierde con el arrimamiento que se puede ganar con el vencimiento; no es defender la verdad, sino la grossería. Ai cabeças de hierro dificultosas de convencer, con extremo irremediable; quando se junta lo caprichoso con lo persuadido, cásanse indisolublemente con la necedad. El tesón ha de estar en la voluntad, no en el juizio. Aunque ai casos de excepción, para no dexarse perder y ser vencido dos vezes: una en el dictamen, otra en la execución.

184. No ser muy ceremonioso. No ser ceremonial, que aun en un Rei la afectación en esto fue solemnizada por singularidad. Es enfadoso el puntoso, y ai naciones tocadas desta delicadeza. El vestido de la necedad se cose destos puntos, idólatras de su honra, y que muestran que se funda sobre poco, pues se temen que todo la pueda ofender. Bueno es mirar por el respeto, pero no sea tenido por gran maestro de cumplimientos. Bien es verdad que el hombre sin ceremonias necessita de excelentes virtudes. Ni se ha de afectar ni se ha de despreciar la cortesía. No muestra ser grande el que repara en puntillos.

185. No arriesgar la reputación de una sola vez. Nunca exponer el crédito a prueva de sola una vez, que, si no sale bien aquella, es irreparable el daño. Es mui contingente errar una, y más la primera. No siempre está uno de ocasión, que por esso se dixo «estar de día». Afiance, pues, la segunda a la primera, si se errare; y si se acertare, será la primera desempeño de la segunda. Siempre ha de aver recurso a la mejoría, y apelación a más. Dependen las cosas de contingencias, y de muchas, y assí es rara la felicidad del salir bien.

186. Conocer los defectos. Conocerlos defectos, por más autorizados que estén. No desconozca la entereza el vicio, aunque se revista de brocado; corónase tal vez de oro, pero no por esso puede dissimular el yerro. No pierde la esclavitud de su vileza aunque se desmienta con la nobleza del sugeto; bien pueden estar los vicios realçados, pero no son realces. Ven algunos que aquel Héroe tuvo aquel accidente, pero no ven que no fue Héroe por aquello. Es tan retórico el exemplo superior, que aun las fealdades persuade; hasta las del rostro afectó tal vez la lisonja, no advirtiendo que, si en la grandeza se dissimulan, en la baxeza se abominan.

187. Hacer uno mismo todo lo que agrada a los demás; por terceros lo que les disgusta. Todo lo favorable obrarlo por sí, todo lo odioso por terceros. Con lo uno se concilia la afición, con lo otro se declina la malevolencia. Mayor gusto es hazer bien que recebirlo para grandes hombres, que es felicidad de su generosidad. Pocas vezes se da disgusto a otro sin tomarlo, o por compassión o por repassión. Las causas superiores no obran sin el premio o el apremio. Influya inmediatamente el bien y mediatamente el mal. Tenga donde den los golpes del descontento, que son el odio y la murmuración. Suele ser la rabia vulgar como la canina, que, desconociendo la causa de su daño, rebuelve contra el instrumento, y aunque este no tenga la culpa principal, padece la pena de imediato.

188. Elogiar a los ausentes. Traer que alabar. Es crédito del gusto, que indica tenerlo hecho a lo mui bueno, y que se le deve la estimación de lo de acá. Quien supo conocer antes la perfección, sabrá estimarla después. Da materia a la conversación y a la imitación, adelantando las plausibles noticias. Es un político modo de vender la cortesía a las perfecciones presentes. Otros, al contrario, traen siempre que vituperar, haziendo lisonja a lo presente con el desprecio de lo ausente. Sáleles bien con los superficiales, que no advierten la treta del dezir mucho mal de unos con otros. Hazen política algunos de estimar más las medianías de hoi que los estremos de ayer. Conozca el atento estas sutilezas del llegar, y no le cause desmayo la exageración del uno ni engreimiento la lisonja del otro; y entienda que del mismo modo proceden en las unas partes que en las otras: truecan los sentidos y ajústanse siempre al lugar en que se hallan.

189. Valerse de la privación ajena. Que si llega a deseo, es el más eficaz torcedor. Dixeron ser nada los Filósofos, y ser el todo los Políticos: estos la conocieron mejor. Hazen grada unos, para alcançar sus fines, del deseo de los otros. Válense de la ocasión, y con la dificultad de la consecución irrítanle el apetito. Prométense más del conato de la passión que de la tibieza de la possessión; y al passo que crece la repugnancia, se apassiona más el deseo. Gran sutileza del conseguir el intento: conservar las dependencias.

190. Encontrar consuelo en todo. Hasta de inútiles lo es el ser eternos. No ai afán sin conorte: los necios le tienen en ser venturosos, y también se dixo «ventura de fea». Para vivir mucho es arbitrio valer poco; la vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper, que enfada con su durar. Parece que tiene invidia la fortuna a las personas más importantes, pues iguala la duración con la inutilidad de las unas y la importancia con la brevedad de las otras: faltarán quantos importaren y permanecerá eterno el que es de ningún provecho, ya porque lo parece, ya porque realmente es assí. Al desdichado parece que se conciertan en olvidarle la suerte y la muerte.

191. No contentarse con el exceso de cortesía. No pagarse de la mucha cortesía, que es especie de engaño. No necessitan algunos para hechizar de las yervas de Tesalia, que con sólo el buen aire de una gorra encantan necios, digo desvanecidos. Hazen precio de la honra y pagan con el viento de unas buenas palabras. Quien lo promete todo, promete nada, y el prometer es desliz para necios. La cortesía verdadera es deuda, la afectada engaño, y más la desusada: no es decencia, sino dependencia. No hazen la reverencia a la persona, sino a la fortuna; y la lisonja, no a las prendas que reconoce, sino a las utilidades que espera.

192. El hombre pacífico tiene larga vida. Hombre de gran paz, hombre de mucha vida. Para vivir, dexar vivir. No sólo viven los pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito haze la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz. Todo lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le importa. No ai mayor despropósito que tomarlo todo de propósito. Igual necedad que le passe el coraçón a quien no le toca, y que no le entre de los dientes adentro a quien le importa.

193. Atención con quien empieza con la conveniencia ajena para salirse con la suya. No ai reparo para la astucia como la advertencia. Al entendido, un buen entendedor. Hazen algunos ageno el negocio proprio, y sin la contraçifra de intenciones se halla a cada passo empeñado uno en sacar del fuego el provecho ageno con daño de su mano.

194. Tener una idea exacta de sí mismo y sus posibilidades. Concebir de sí y de sus cosas cuerdamente. Y más al començar a vivir. Conciben todos altamente de sí, y más los que menos son. Suéñase cada uno su fortuna y se imagina un prodigio. Empéñase desatinadamente la esperança, y después nada cumple la experiencia; sirve de tormento a su imaginación vana el desengaño de la realidad verdadera. Corrija la cordura semejantes desaciertos, y aunque puede desear lo mejor, siempre ha de esperar lo peor, para tomar con equanimidad lo que viniere. Es destreza assestar algo más alto para ajustar el tiro, pero no tanto que sea desatino. Al començar los empleos, es precisa esta reformación de concepto, que suele desatinar la presunción sin la experiencia. No ai medicina más universal para todas necedades que el seso. Conozca cada uno la esfera de su actividad y estado, y podrá regular con la realidad el concepto.

195. Saber estimar. Ninguno ai que no pueda ser maestro de otro en algo, ni ai quien no exceda al que excede. Saber desfrutar a cada uno es útil saber. El sabio estima a todos porque reconoce lo bueno en cada uno y sabe lo que cuestan las cosas de hazerse bien. El necio desprecia a todos por ignorancia de lo bueno y por elección de lo peor.

196. Conocer su buena estrella. Ninguno tan desvalido que no la tenga, y si es desdichado, es por no conocerla. Tienen unos cabida con Príncipes y poderosos sin saber cómo ni por qué, sino que su misma suerte les facilitó el favor; sólo queda para la industria el ayudarla. Otros se hallan con la gracia de los sabios. Fue alguno más acepto en una nación que en otra, y más bien visto en esta Ciudad que en aquella. Experiméntase también más dicha en un empleo y estado que en los otros, y todo esto en igualdad, y aun identidad, de méritos. Varaja como y quando quiere la suerte. Conozca la suya cada uno, assí como su Minerva, que va el perderse o el ganarse. Sépala seguir y ayudar; no las trueque, que sería errar el norte a que le llama la vezina vozina.

197. No relacionarse nunca con necios. Nunca embaraçarse con necios. Eslo el que no los conoce, y más el que, conocidos, no los descarta. Son peligrosos para el trato superficial y perniciosos para la confidencia; y aunque algún tiempo los contenga su rezelo proprio y el cuidado ageno, al cabo hazen la necedad o la dizen; y si tardaron, fue para hazerla más solemne. Mal puede ayudar al crédito ageno quien no le tiene proprio. Son infelicíssimos, que es el sobregüesso de la necedad, y se pegan una y otra. Sola una cosa tienen menos mala, y es que ya que a ellos los cuerdos no les son de algún provecho, ellos sí de mucho a los sabios, o por noticia o por escarmiento.

198. Saber trasplantarse. Ai naciones que para valer se han de remudar, y más en puestos grandes. Son las patrias madrastras de las mismas eminencias: reina en ellas la invidia como en tierra conatural, y más se acuerdan de las imperfecciones con que uno començó que de la grandeza a que ha llegado. Un alfiler pudo conseguir estimación, passando de un mundo a otro, y un vidro puso en desprecio al diamante porque se trasladó. Todo lo estraño es estimado, ya porque vino de lexos, ya porque se logra hecho y en su perfección. Sugetos vimos que ya fueron el desprecio de su rincón, y hoi son la honra del mundo, siendo estimados de los proprios y estraños: de los unos porque los miran de lexos, de los otros porque lexos. Nunca bien venerará la estatua en el ara el que la conoció tronco en el huerto.

199. Ganar la estima con prudencia. Saberse hazer lugar a lo cuerdo, no a lo entremetido. El verdadero camino para la estimación es el de los méritos, y si la industria se funda en el valor, es atajo para el alcançar. Sola la entereza, no basta; sola la solicitud, es indigna, que llegan tan enlodadas las cosas, que son asco de la reputación. Consiste en un medio de merecer y de saberse introduzir.

200. Tener algo que desear. Tener que desear, para no ser felizmente desdichado. Respira el cuerpo y anhela el espíritu. Si todo fuere possessión, todo será desengaño y descontento. Aun en el entendimiento siempre ha de quedar qué saber, en que se zebe la curiosidad. La esperança alienta: los hartazgos de felicidad son mortales. En el premiar es destreza nunca satisfazer. Si nada ai que desear, todo es de temer: dicha desdichada; donde acaba el deseo, comiença el temor.

201. Tontos son todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. Alçóse con el mundo la necedad, y si ai algo de sabiduría, es estulticia con la del Cielo; pero el mayor necio es el que no se lo piensa y a todos los otros define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos parecérselo: aquél sabe que piensa que no sabe, y aquél no ve que no ve que los otros ven. Con estar todo el mundo lleno de necios, ninguno ai que se lo piense, ni aun lo rezele.

202. Dichos y hechos hacen al hombre perfecto. Hase de hablar lo mui bueno y obrar lo mui honroso. La una es perfección de la cabeça, la otra del coraçón, y entrambas nacen de la superioridad del ánimo. Las palabras son sombra de los hechos: son aquéllas las hembras, éstos los varones. Más importa ser celebrado que ser celebrador. Es fácil el dezir y difícil el obrar. Las hazañas son la substancia del vivir, y las sentencias, el ornato. La eminencia en los hechos dura, en los dichos passa. Las acciones son el fruto de las atenciones: los unos sabios, los otros hazañosos.

203. Conocer a los hombres eminentes de su época. No son muchas: una Fénix en todo un mundo, un Gran Capitán, un perfecto Orador, un Sabio en todo un siglo, un Eminente Rei en muchos. Las medianías son ordinarias en número y aprecio; las eminencias, raras en todo, porque piden complemento de perfección, y quanto más sublime la categoría, más dificultoso el extremo. Muchos les tomaron los renombres de Magnos a César y Alexandro, pero en vacío, que sin los hechos no es más la voz que un poco de aire: pocos Sénecas ha avido, y un solo Apeles celebró la Fama.

204. Hay que comenzar lo fácil como si fuera difícil y lo difícil como si fuera fácil. Allí porque la confianza no descuide, aquí porque la desconfiança no desmaye. No es menester más para que no se haga la cosa que darla por hecha; y, al contrario, la diligencia allana la imposibilidad. Los grandes empeños aun no se han de pensar, basta ofrecerse, porque la dificultad, advertida, no ocasione el reparo.

205. Saber utilizar el desprecio. Es treta para alcançar las cosas depreciallas. No se hallan comúnmente quando se buscan, y después, al descuido, se vienen a la mano. Como todas las de acá son sombra de las eternas, participan de la sombra aquella propriedad, huyen de quien las sigue y persiguen a quien las huye. Es también el desprecio la más política vengança. Única máxima de sabios: nunca defenderse con la pluma, que dexa rastro, y viene a ser más gloria de la emulación que castigo del atrevimiento. Astucia de indignos: oponerse a grandes hombres para ser celebrados por indirecta, quando no lo merecían de derecho; que no conociéramos a muchos si no huvieran hecho caso dellos los excelentes contrarios. No ai vengança como el olvido, que es sepultarlos en el polvo de su nada. Presumen, temerarios, hazerse eternos pegando fuego a las maravillas del mundo y de los siglos. Arte de reformar la murmuración: no hazer caso; impugnalla causa perjuizio; y si crédito, descrédito. A la emulación, complacencia, que aun aquella sombra de desdoro deslustra, ya que no escurece del todo la mayor perfección.

206. Saber que hay gente vulgar en todas partes. Sépase que ai vulgo en todas partes: en la misma Corinto, en la familia más selecta. De las puertas adentro de su casa lo experimenta cada uno. Pero ai vulgo, y revulgo, que es peor: tiene el especial las mismas propriedades que el común, como los pedaços del quebrado espejo, y aun más perjudicial: habla a lo necio y censura a lo impertinente; gran discípulo de la ignorancia, padrino de la necedad y aliado de la hablilla. No se ha de atender a lo que dize, y menos a lo que siente. Importa conocerlo para librarse dél, o como parte, o como objecto. Que qualquiera necedad es vulgaridad, y el vulgo se compone de necios.

207. Tener autocontrol. Usar del reporte. Hase de estar más sobre el caso en los acasos. Son los ímpetus de las passiones deslizaderos de la cordura, y allí es el riesgo de perderse. Adelántase uno más en un instante de furor o contento que en muchas horas de indiferencia. Corre tal vez en breve rato para correrse después toda la vida. Traza la agena astuta intención estas tentaciones de prudencia para descubrir tierra, o ánimo. Válese de semejantes torcedores de secretos, que suelen apurar el mayor caudal. Sea contraardid el reporte, y más en las prontitudes. Mucha reflexión es menester para que no se desvoque una passión, y gran cuerdo el que a caballo lo es. Va con tiento el que concibe el peligro. Lo que parece ligera la palabra al que la arroja, le parece pesada al que la recibe y la pondera.

208. No padecer la enfermedad del necio. No morir de achaque de necio. Comúnmente, los sabios mueren faltos de cordura; al contrario, los necios, hartos de consejo. Morir de necio es morir de discurrir sobrado. Unos mueren porque sienten y otros viven porque no sienten. Y assí, unos son necios porque no mueren de sentimiento, y otros lo son porque mueren dél. Necio es el que muere de sobrado entendido. De suerte que unos mueren de entendedores y otros viven de no entendidos; pero, con morir muchos de necios, pocos necios mueren.

209. Librarse de las necedades comunes. Es cordura bien especial. Están mui validas por lo introduzido, y algunos, que no se rindieron a la ignorancia particular, no supieron escaparse de la común. Vulgaridad es no estar contento ninguno con su suerte, aun la mayor, ni descontento de su ingenio, aunque el peor. Todos codician, con descontento de la propria, la felicidad agena. También alaban los de hoi las cosas de ayer, y los de acá las de allende. Todo lo passado parece mejor, y todo lo distante es más estimado. Tan necio es el que se ríe de todo como el que se pudre de todo.

210. Saber usar la verdad. Es peligrosa, pero el hombre de bien no puede dexar de dezirla: aí es menester el artificio. Los diestros Médicos del ánimo inventaron el modo de endulçarla, que quando toca en desengaño es la quinta essencia de lo amargo. El buen modo se vale aquí de su destreza: con una misma verdad lisongea uno y aporrea otro. Hase de hablar a los presentes en los passados. Con el buen Entendedor basta brujulear; y quando nada bastare, entra el caso de enmudecer. Los príncipes no se han de curar con cosas amargas, para esso es el arte de dorar los desengaños.

211. En el cielo todo es contento, en el infierno todo es pesar. En el mundo, como en medio, uno y otro. Estamos entre dos extremos, y assí se participa de entrambos. Altérnanse las suertes: ni todo ha de ser felicidad, ni todo adversidad. Este mundo es un zero: a solas, vale nada; juntándolo con el Cielo, mucho. La indiferencia a su variedad es cordura, ni es de sabios la novedad. Vase empeñando nuestra vida como en Comedia, al fin viene a desenredarse. Atención, pues, al acabar bien.

212. Guardarse siempre los últimos recursos de su arte. Reservarse siempre las últimas tretas del arte. Es de grandes maestros, que se valen de su sutileza en el mismo enseñarla. Siempre ha de quedar superior, y siempre maestro. Hase de ir con arte en comunicar el arte; nunca se ha de agotar la fuente del enseñar, assí como ni la del dar. Con esso se conserva la reputación y la dependencia. En el agradar y en el enseñar se ha de observar aquella gran lición de ir siempre zevando la admiración y adelantando la perfección. El retén en todas las materias fue gran regla de vivir, de vencer, y más en los empleos más sublimes.

213. Saber llevar la contraria. Saber contradezir. Es gran treta del tentar, no para empeñarse, sino para empeñar. Es el único torcedor, el que haze saltar los afectos. Es un vomitivo para los secretos la tibieza en el creer, llave del más cerrado pecho. Házese con grande sutileza la tentativa doble de la voluntad y del juizio. Un desprecio sagaz de la misteriosa palabra del otro da caça a los secretos más profundos, y valos con suavidad vocadeando hasta traerlos a la lengua y a que den en las redes del artificioso engaño. La detención en el atento haze arrojarse a la del otro en el recato y descubre el ageno sentir, que de otro modo era el coraçón inescrutable. Una duda afectada es la más sutil ganzúa de la curiosidad para saber quanto quisiere. Y aun para el aprender es treta del discípulo contradezir al maestro, que se empeña con más conato en la declaración y fundamento de la verdad; de suerte que la impugnación moderada da ocasión a la enseñança cumplida.

214. No multiplicar por dos una necedad. No hazer de una necedad dos. Es mui ordinario para remendar una cometer otras quatro. Escusar una impertinencia con otra mayor es de casta de mentira, o ésta lo es de necedad, que para sustentarse una necessita de muchas. Siempre del mal pleito fue peor el patrocinio; más mal que el mismo mal: no saberlo desmentir. Es pensión de las imperfecciones dar a censo otras muchas. En un descuido puede caer el mayor sabio, pero en dos no; y de passo, que no de asiento.

215. Atención a quien viene con segunda intención. Es ardid del hombre negociante descuidar la voluntad para acometerla, que es vencida en siendo convencida. Dissimulan el intento para conseguirlo y pónese segundo para que en la execución sea primero: assegúrase el tiro en lo inadvertido. Pero no duerma la atención quando tan desvelada la intención, y si ésta se haze segunda para el dissimulo, aquélla primera para el conocimiento. Advierta la cautela el artificio con que llega y nótele las puntas que va echando para venir a parar al punto de su pretensión. Propone uno y pretende otro, y rebuelven con sutileza a dar en el blanco de su intención. Sepa, pues, lo que le concede, y tal vez convendrá dar a entender que ha entendido.

216. Ser claro. Tener la declarativa. Es no sólo desembarazo, pero despejo en el concepto. Algunos conciben bien y paren mal, que sin la claridad no salen a luz los hijos del alma, los conceptos y decretos. Tienen algunos la capacidad de aquellas vasijas que perciben mucho y comunican poco. Al contrario, otros dizen aún más de lo que sienten. Lo que es la resolución en la voluntad es la explicación en el entendimiento: dos grandes eminencias. Los ingenios claros son plausibles, los confusos fueron venerados por no entendidos, y tal vez conviene la escuridad para no ser vulgar; pero ¿cómo harán concepto los demás de lo que les oyen, si no les corresponde concepto mental a ellos de lo que dizen?

217. Ni amar ni odiar eternamente. No se ha de querer ni aborrecer para siempre. Confiar de los amigos hoi como enemigos mañana, y los peores; y pues passa en la realidad, passe en la prevención. No se han de dar armas a los tránsfugas de la amistad, que hazen con ellas la mayor guerra. Al contrario con los enemigos, siempre puerta abierta a la reconciliación, y sea la de la galantería: es la más segura. Atormentó alguna vez después la vengança de antes, y sirve de pesar el contento de la mala obra que se le hizo.

218. No actuar nunca por terquedad, sino por prudente reflexión. Nunca obrar por tema, sino por atención. Toda tema es postema, gran hija de la passión, la que nunca obró cosa a drechas. Ai algunos que todo lo reduzen a guerrilla; vandoleros del trato, quanto executan querrían que fuesse vencimiento, no saben proceder pacíficamente. Estos para mandar y regir son perniciosos, porque hazen vando del govierno, y enemigos de los que avían de hazer hijos. Todo lo quieren disponer con traça y conseguir como fruto de su artificio; pero, en descubriéndoles el paradoxo humor, los demás luego se apuntan con ellos, procúranles estorvar sus quimeras, y assí nada consiguen. Llévanse muchos hartazgos de enfados, y todos les ayudan al disgusto. Éstos tienen el dictamen leso, y tal vez dañado el coraçón. El modo de portarse con semejantes monstros es huir a los Antípodas, que mejor se llevará la barbaridad de aquellos que la fiereza destos.

219. No ser tenido por astuto. No ser tenido por hombre de artificio. Aunque no se puede ya vivir sin él. Antes prudente que astuto. Es agradable a todos la lisura en el trato, pero no a todos por su casa. La sinceridad no dé en el extremo de simplicidad, ni la sagacidad, de astucia. Sea antes venerado por sabio que temido por reflexo. Los sinceros son amados, pero engañados. El mayor artificio sea encubrirlo, que se tiene por engaño. Floreció en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia. El crédito de hombre que sabe lo que ha de hazer es honroso y causa confiança, pero el de artificioso es sofístico y engendra rezelo.

220. Si uno no puede ponerse la piel de león, póngase la de zorro. Saber ceder al tiempo es exceder. El que sale con su intento nunca pierde reputación. A falta de fuerça, destreça. Por un camino o por otro: o por el Real del valor, o por el atajo del artificio. Más cosas ha obrado la maña que la fuerça, y más vezes vencieron los Sabios a los valientes que al contrario. Quando no se puede alcançar la cosa, entra el desprecio.

221. No ser impertinente. No ser ocasionado, ni para empeñarse, ni para empeñar. Ai tropieços del decoro, tanto proprio como ageno, siempre a punto de necedad. Encuéntranse con gran facilidad y rompen con infelicidad. No lo hazen al día con cien enfados. Tienen el humor al repelo, y assí contradizen a quantos y quanto ai. Calçáronse el juizo al revés, y assí todo lo reprueban. Pero los mayores tentadores de la cordura son los que nada hazen bien y de todo dizen mal, que ai muchos monstros en el estendido país de la impertinencia.

222. El detenimiento es una señal de prudencia. Es fiera la lengua, que si una vez se suelta, es mui dificultosa de poderse bolver a encadenar. Es el pulso del alma por donde conocen los sabios su disposición. Aquí pulsan los atentos el movimiento del coraçón. El mal es que el que avía de serlo más, es menos reportado. Escúsase el sabio enfados y empeños, y muestra quán señor es de sí. Procede circunspecto, Jano en la equivalencia, Argos en la verificación. Mejor Momo huviera echado menos los ojos en las manos que la ventanilla en el pecho.

223. No singularizarse demasiado. No ser mui individuado, o por afectar, o por no advertir. Tienen algunos notable individuación, con acciones de manía, que son más defectos que diferencias. Y assí como algunos son mui conocidos por alguna singular fealdad en el rostro, assí éstos por algún excesso en el porte. No sirve el individuarse sino de nota, con una impertinente especialidad que comueve alternativamente en unos la risa, en otros el enfado.

224. Saber cómo tomar las cosas. Nunca al repelo, aunque vengan. Todas tienen haz y envés. La mejor y más favorable, si se toma por el corte, lastima. Al contrario, la más repugnante defiende, si por la empuñadura. Muchas fueron de pena que, si se consideraran las conveniencias, fueran de contento. En todo ai convenientes y inconvenientes: la destreza está en saber topar con la comodidad. Haze mui diferentes visos una misma cosa si se mira a diferentes luzes: mírese por la de la felicidad. No se han de trocar los frenos al bien y al mal. De aquí procede que algunos en todo hallan el contento, y otros el pesar. Gran reparo contra los reveses de la fortuna, y gran regla de vivir para todo tiempo y para todo empleo.

225. Conocer su peor defecto. Ninguno vive sin él, contrapeso de la prenda relevante; y si le favorece la inclinación, apodérase a lo tirano. Comiençe a hazerle la guerra, publicando el cuidado contra él, y el primer passo sea el manifiesto, que en siendo conocido, será vencido, y más si el interesado haze el concepto dél como los que notan. Para ser señor de sí es menester ir sobre sí. Rendido este cabo de imperfecciones, acabarán todas.

226. Ganarse la voluntad ajena. Atención a obligar. Los más no hablan ni obran como quien son, sino como les obligan. Para persuadir lo malo qualquiera sobra, porque lo malo es mui creído, aunque tal vez increíble. Lo más, y lo mejor, que tenemos depende de respeto ageno. Conténtanse algunos con tener la razón de su parte; pero no basta, que es menester ayudarla con la diligencia. Cuesta a vezes mui poco el obligar, y vale mucho. Con palabras se compran obras. No ai alaja tan vil en esta gran casa del universo que una vez al año no sea menester; y aunque valga poco, hará gran falta. Cada uno habla del objecto según su afecto.

227. No dejarse llevar de la primera impresión. Cásanse algunos con la primera información, de suerte que las demás son concubinas, y como se adelanta siempre la mentira, no queda lugar después para la verdad. Ni la voluntad con el primer objecto, ni el entendimiento con la primera proposición se han de llenar, que es cortedad de fondo. Tienen algunos la capacidad de vasija nueva, que el primer olor la ocupa, tanto del mal licor como del bueno. Quando esta cortedad llega a conocida, es perniciosa, que da pie a la maliciosa industria. Previénense los malintencionados a teñir de su color la credulidad. Quede siempre lugar a la revista: guarde Alexandro la otra oreja para la otra parte. Quede lugar para la segunda y tercera información. Arguye incapacidad el impresionarse, y está cerca del apassionarse.

228. No ser murmurador. No tener voz de mala voz. Mucho menos tener tal opinión, que es tener fama de contrafamas. No sea ingenioso a costa agena, que es más odioso que dificultoso. Vénganse todos dél, diziendo mal todos dél; y como es solo y ellos muchos, más presto será él vencido que convencidos ellos. Lo malo nunca ha de contentar, pero ni comentarse. Es el murmurador para siempre aborrecido, y aunque a vezes personages grandes atraviessen con él, será más por gusto de su fisga que por estimación de su cordura. Y el que dize mal siempre oye peor.

229. Saber repartir su vida con sabiduría. Saber repartir su vida a lo discreto, no como se vienen las ocasiones, sino por providencia y delecto. Es penosa sin descansos, como jornada larga sin mesones. Házela dichosa la variedad erudita. Gástese la primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos. Nacemos para saber y sabemos, y los libros con fidelidad nos hazen personas. La segunda jornada se emplee con los vivos: ver y registar todo lo bueno del mundo. No todas las cosas se hallan en una tierra; repartió los dotes el Padre universal, y a vezes enriqueció más la fea. La tercera jornada sea toda para sí: última felicidad, el filosofar.

230. Abrir los ojos a tiempo. No todos los que ven han avierto los ojos, ni todos los que miran ven. Dar en la cuenta tarde no sirve de remedio, sino de pesar. Comiençan a ver algunos quando no ai qué: deshizieron sus casas y sus cosas antes de hazerse ellos. Es dificultoso dar entendimiento a quien no tiene voluntad, y más dar voluntad a quien no tiene entendimiento. Juegan con ellos los que les van alrededor como con ciegos, con risa de los demás. Y porque son sordos para oír, no abren los ojos para ver. Pero no falta quien fomenta esta insensibilidad, que consiste su ser en que ellos no sean. Infeliz caballo cuyo amo no tiene ojos: mal engordará.

231. No enseñar nunca las cosas a medio hacer. Nunca permitir a medio hazer las cosas. Gózense en su perfección. Todos los principios son informes, y queda después la imaginación de aquella deformidad, la memoria de avello visto imperfecto no lo dexa lograr acabado. Gozar de un golpe el objecto grande, aunque embaraça el juizio de las partes, de por sí adequa el gusto. Antes de ser todo es nada, y en el començar a ser se está aun mui dentro de su nada. El ver guisar el manjar más regalado sirve antes de asco que de apetito. Recátese, pues, todo gran maestro de que le vean sus obras en embrión. Aprenda de la naturaleza a no exponerlas hasta que puedan parecer.

232. Ser un poco negociante. Tener un punto de negociante. No todo sea especulación, aya también acción. Los mui sabios son fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es más preciso. La contemplación de las cosas sublimes no les da lugar para las manuales; y como ignoran lo primero que avían de saber, y en que todos parten un cabello, o son admirados o son tenidos por ignorantes del vulgo superficial. Procure, pues, el Varón sabio tener algo de negociante, lo que baste para no ser engañado, y aun reído. Sea hombre de lo agible, que aunque no es lo superior, es lo más preciso del vivir. ¿De qué sirve el saber, si no es plático? Y el saber vivir es hoi el verdadero saber.

233. No fallarle al gusto ajeno. No errarle el golpe al gusto, que es hazer un pesar por un plazer. Con lo que piensan obligar algunos, enfadan, por no comprehender los genios. Obras ai que para unos son lisonja y para otros ofensa; y el que se creyó servicio fue agravio. Costó a vezes más el dar disgusto que huviera costado el hazer plazer. Pierden el agradecimiento y el don porque perdieron el norte del agradar. Si no se sabe el genio ageno, mal se le podrá satisfazer; de aquí es que algunos pensaron dezir un elogio y dixeron un vituperio, que fue bien merecido castigo. Piensan otros entretener con su eloqüencia y aporrean el alma con su loquacidad.

234. No confiar a otro la reputación sin tener la suya como garantía. Nunca fiar reputación sin prendas de honra agena. Hase de ir a la parte del provecho en el silencio, del daño en la facilidad. En intereses de honra siempre ha de ser el trato de compañía, de suerte que la propria reputación haga cuidar de la agena. Nunca se ha de fiar, pero si alguna vez, sea con tal arte, que pueda ceder la prudencia a la cautela. Sea el riesgo común y recíproca la causa para que no se le convierta en testigo el que se reconoce partícipe.

235. Saber pedir. No ai cosa más dificultosa para algunos ni más fácil para otros. Ai unos que no saben negar; con éstos no es menester ganzúa. Ai otros que el No es su primera palabra a todas horas; con éstos es menester la industria. Y con todos, la sazón: un coger los espíritus alegres, o por el pasto antecedente del cuerpo o por el del ánimo. Si ya la atención del reflexo que atiende no previene la sutileza en el que intenta, los días del gozo son los del favor, que redunda del interior a lo exterior. No se ha de llegar quando se ve negar a otro, que está perdido el miedo al No. Sobre tristeza no ai buen lance. El obligar de antemano es cambio donde no corresponde la villanía.

236. Convertir los premios en deudas de gratitud. Hazer obligación antes de lo que avía de ser premio después. Es destreza de grandes políticos. Favores antes de méritos son prueva de hombres de obligación. El favor así anticipado tiene dos eminencias: que con lo pronto del que da obliga más al que recibe. Un mismo don, si después es deuda, antes es empeño. Sutil modo de transformar obligaciones, que la que avía de estar en el superior, para premiar, recae en el obligado, para satisfazer. Esto se entiende con gente de obligaciones, que para hombres viles más sería poner freno que espuela, anticipando la paga del honor.

237. No compartir secretos con el superior. Pensará partir peras y partirá piedras. Perecieron muchos de confidentes. Son éstos como cuchar de pan, que corre el mismo riesgo después. No es favor del Príncipe, sino pecho, el comunicarlo. Quiebran muchos el espejo porque les acuerda la fealdad. No puede ver al que le pudo ver, ni es bien visto el que vio mal. A ninguno se ha de tener mui obligado, y al poderoso menos. Sea antes con beneficios hechos que con favores recebidos. Sobre todo, son peligrosas confianças de amistad. El que comunicó sus secretos a otro hízose esclavo dél, y en soberanos es violencia que no puede durar. Desean bolver a redimir la libertad perdida, y para esto atropellarán con todo, hasta la razón. Los secretos, pues, ni oírlos, ni dezirlos.

238. Saber qué cualidad falta. Conocer la pieça que le falta. Fueran muchos mui personas si no les faltara un algo, sin el qual nunca llegan al colmo del perfecto ser. Nótase en algunos que pudieran ser mucho si repararan en bien poco. Házeles falta la seriedad, con que desluzen grandes prendas; a otros, la suavidad de la condición, que es falta que los familiares echan presto menos, y más en personas de puesto. En algunos se desea lo executivo y en otros lo reportado. Todos estos desaires, si se advirtiessen, se podrían suplir con facilidad, que el cuidado puede hazer de la costumbre segunda naturaleza.

239. No ser resabido. No ser reagudo: más importa prudencial. Saber más de lo que conviene es despuntar, porque las sutilezas comúnmente quiebran. Más segura es la verdad assentada. Bueno es tener entendimiento, pero no bachillería. El mucho discurrir ramo es de qüistión. Mejor es un buen juizio substancial que no discurre más de lo que importa.

240. Saber aparentar ignorancia. Saber usar de la necedad. El mayor sabio juega tal vez desta pieça, y ai tales ocasiones, que el mejor saber consiste en mostrar no saber. No se ha de ignorar, pero sí afectar que se ignora. Con los necios poco importa ser sabio, y con los locos cuerdo: hásele de hablar a cada uno en su lenguaje. No es necio el que afecta la necedad, sino el que la padece. La sencilla lo es, que no la doble, que hasta esto llega el artificio. Para ser bienquisto, el único medio, vestirse la piel del más simple de los brutos.

241. Soportar las bromas, pero no gastarlas. Las burlas sufrirlas, pero no usarlas. Aquello es especie de galantería, esto de empeño. El que en la fiesta se desazona mucho tiene de bestia, y muestra más. Es gustosa la burla; sobrado saberla sufrir, es argumento de capacidad. Da pie el que se pica a que le repiquen. A lo mejor se han de dexar, y lo más seguro es no levantarlas: las mayores veras nacieron siempre de las burlas. No ai cosa que pida más atención y destreza. Antes de començar se ha de saber hasta qué punto de sufrir llegará el genio del sugeto.

242. Apurar la victoria. Seguir los alcances. Todo se les va a algunos en començar, y nada acaban. Inventan, pero no prosiguen: instabilidad de genio. Nunca consiguen alabança, porque nada prosiguen; todo para en parar. Si bien nace en otros de impaciencia de ánimo, tacha de Españoles, assí como la paciencia es ventaja de los Belgas. Estos acaban las cosas, aquéllos acaban con ellas: hasta vencer la dificultad sudan, y conténtanse con el vencer; no saben llevar al cabo la vitoria; pruevan que pueden, mas no quieren. Pero siempre es defecto, de impossibilidad o liviandad. Si la obra es buena, ¿por qué no se acaba?; y si mala, ¿por qué se començó? Mate, pues, el sagaz la caça, no se le vaya todo en levantarla.

243. No ser sólo paloma. Altérnense la calidez de la serpiente con la candidez de la paloma. No ai cosa más fácil que engañar a un hombre de bien. Cree mucho el que nunca miente y confía mucho el que nunca engaña. No siempre procede de necio el ser engañado, que tal vez de bueno. Dos géneros de personas previenen mucho los daños: los escarmentados, que es mui a su costa, y los astutos, que es mui a la agena. Muéstrese tan estremada la sagacidad para el rezelo como la astucia para el enredo, y no quiera uno ser tan hombre de bien, que ocasione al otro el serlo de mal. Sea uno mixto de paloma y de serpiente; no mostro, sino prodigio.

244. Saber crear deudas de gratitud. Saber obligar. Transforman algunos el favor proprio en ageno, y parece, o dan a entender, que hazen merced quando la reciben. Ai hombres tan advertidos, que honran pidiendo, y truecan el provecho suyo en honra del otro. De tal suerte traçan las cosas, que parezca que los otros les hazen servicio quando les dan, trastrocando con extravagante política el orden del obligar. Por lo menos ponen en duda quién haze favor a quién. Compran a precio de alabanzas lo mejor, y de el mostrar gusto de una cosa hazen honra y lisonja. Empeñan la cortesía, haziendo deuda de lo que avía de ser su agradecimiento. Desta suerte truecan la obligación de passiva en activa, mejores políticos que gramáticos. Gran sutileza ésta, pero mayor lo sería el entendérsela, destrocando la necedad, bolviéndoles su honra y cobrando cada uno su provecho.

245. En ocasiones razonar de forma inusual. Discurrir tal vez a lo singular y fuera de lo común. Arguye superioridad de caudal. No ha de estimar al que nunca se le opone, que no es señal de amor que le tenga, sino del que él se tiene. No se dexe engañar de la lisonja pagándola, sino condenándola. También tenga por crédito el ser murmurado de algunos, y más de aquellos que de todos los buenos dizen mal. Pésele de que sus cosas agraden a todos, que es señal de no ser buenas, que es de pocos lo perfecto.

246. No dar nunca satisfacción a quien no la pedía. Y aunque se pida, es especie de delito, si es sobrada. El escusarse antes de ocasión es culparse, y el sangrarse en salud es hazer del ojo al mal, y a la malicia. La escusa anticipada despierta el rezelo que dormía. Ni se ha de dar el cuerdo por entendido de la sospecha agena, que es salir a buscar el agravio. Entonces la ha de procurar desmentir con la entereza de su proceder.

247. Saber un poco más y vivir un poco menos. Otros discurren al contrario. Más vale el buen ocio que el negocio. No tenemos cosa nuestra sino el tiempo. ¿Dónde vive quien no tiene lugar? Igual infelicidad es gastar la preciosa vida en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se ha de cargar de ocupaciones, ni de invidia: es atropellar el vivir y ahogar el ánimo. Algunos lo estienden al saber, pero no se vive si no se sabe.

248. No ser del último que llega. Ai hombres de última información, que va por extremos la impertinencia. Tienen el sentir y el querer de cera. El último sella y borra los demás. Éstos nunca están ganados, porque con la misma facilidad se pierden. Cada uno los tiñe de su color. Son malos para confidentes, niños de toda la vida; y assí, con variedad en los juicios y afectos, andan fluctuando, siempre coxos de voluntad y de juizio, inclinándose a una y a otra parte.

249. No empezar a vivir por donde hay que terminar. Algunos toman el descanso al principio y dexan la fatiga para el fin. Primero ha de ser lo essencial, y después, si quedare lugar, lo accessorio. Quieren otros triunfar antes de pelear. Algunos comiençan a saber por lo que menos importa, y los estudios de crédito y utilidad dexan para quando se les acaba el vivir. No ha començado a hazer fortuna el otro quando ya se desvanece. Es essencial el método para saber y poder vivir.

250. ¿Cuándo hay que razonar al revés? Quando nos hablan a la malicia. Con algunos todo ha de ir al encontrado. El Sí es No y el No es Sí. El dezir mal de una cosa se tiene por estimación della, que el que la quiere para sí la desacredita para los otros. No todo alabar es dezir bien, que algunos, por no alabar los buenos, alaban también los malos; y para quien ninguno es malo, ninguno será bueno.

251. Hay que usar los medios humanos como si los divinos no existieran, y los divinos como sí no existieran humanos. Regla de gran maestro; no ai que añadir comento.

252. Ni del todo para sí ni del todo para los demás. Ni todo suyo, ni todo ageno: es una vulgar tiranía. Del quererse todo para sí se sigue luego querer todas las cosas para sí. No saben éstos ceder en la más mínima, ni perder un punto de su comodidad. Obligan poco, fíanse en su fortuna, y suele falsearles el arrimo. Conviene tal vez ser de otros para que los otros sean dél, y quien tiene empleo común ha de ser esclavo común, o «renuncie el cargo con la carga», dirá la vieja a Adriano. Al contrario, otros todos son agenos, que la necedad siempre va por demasías, y aquí infeliz: no tienen día, ni aun hora suya, con tal excesso de agenos, que alguno fue llamado «el de todos». Aun en el entendimiento, que para todos saben y para sí ignoran. Entienda el atento que nadie le busca a él, sino su interés en él, o por él.

253. No explicar las ideas con demasiada claridad. No allanarse sobrado en el concepto. Los más no estiman lo que entienden, y lo que no perciben lo veneran. Las cosas, para que se estimen, han de costar. Será celebrado quando no fuere entendido. Siempre se ha de mostrar uno más sabio y prudente de lo que requiere aquel con quien trata, para el concepto, pero con proporción, más que excesso. Y si bien con los entendidos vale mucho el seso en todo, para los más es necessario el remonte. No se les ha de dar lugar a la censura, ocupándolos en el entender. Alaban muchos lo que, preguntados, no saben dar razón. ¿Por qué? Todo lo recóndito veneran por misterio y lo celebran porque oyen celebrarlo.

254. No despreciar los males porque sean pequeños. No despreciar el mal por poco, que nunca viene uno solo. Andan encadenados, assí como las felicidades. Van la dicha y la desdicha de ordinario adonde más ai; y es que todos huyen del desdichado y se arriman al venturoso. Hasta las palomas, con toda su sencillez, acuden al omenage más blanco. Todo le viene a faltar a un desdichado: él mismo a sí mismo, el discurso y el conorte. No se ha de despertar la desdicha quando duerme. Poco es un deslizar, pero síguese aquel fatal despeño, sin saber dónde se vendrá a parar, que assí como ningún bien fue del todo cumplido, assí ningún mal del todo acabado. Para el que viene del Cielo es la paciencia; para el que del suelo, la prudencia.

255. Saber hacer el bien. Poco, y muchas vezes. Nunca ha de exceder el empeño a la possibilidad. Quien da mucho, no da, sino que vende. No se ha de apurar el agradecimiento, que, en viéndose imposibilitado, quebrará la correspondencia. No es menester más para perder a muchos que obligarlos con demasía. Por no pagar se retiran, y dan en enemigos, de obligados. El Ídolo nunca querría ver delante al Escultor que lo labró, ni el empenado, su bienhechor al ojo. Gran sutileza del dar, que cueste poco y se desee mucho, para que se estime más.

256. Ir siempre prevenido. Contra los descorteses, porfiados, presumidos y todo género de necios. Encuéntranse muchos, y la cordura está en no encontrarse con ellos. Ármese cada día de propósitos al espejo de su atención, y assí vencerá los lances de la necedad. Vaya sobre el caso, y no expondrá a vulgares contingencias su reputación: varón prevenido de cordura no será combatido de impertinencia. Es dificultoso el rumbo del humano trato, por estar lleno de escollos del descrédito; el desviarse es lo seguro, consultando a Ulises de astucia. Vale aquí mucho el artificioso desliz. Sobre todo, eche por la galantería, que es el único atajo de los empeños.

257. No llegar nunca a la ruptura. Nunca llegar a rompimiento, que siempre sale dél descalabrada la reputación. Qualquiera vale para enemigo, no assí para amigo. Pocos pueden hazer bien, y casi todos mal. No anida segura el Águila en el mismo seno de Júpiter el día que rompe con un escaravajo: con la çarpa del declarado irritan los dissimulados el fuego, que estavan a la espera de la ocasión. De los amigos maleados salen los peores enemigos; cargan con defectos agenos el proprio en su afición. De los que miran, cada uno habla como siente y siente como desea, condenando todos, o en los principios, de falta de providencia, o en los fines, de espera; y siempre de cordura. Si fuere inebitable el desvío, sea escusable, antes con tibieza de favor que con violencia de furor. Y aquí viene bien aquello de una bella retirada.

258. Buscar quien le ayude a sobrellevar las desgracias. Buscar quien le ayude a llevar las infelicidades. Nunca será solo, y menos en los riesgos, que sería cargarse con todo el odio. Piensan algunos alçarse con toda la superintendencia, y álçanse con toda la murmuración. Desta suerte tendrá quien le escuse o quien le ayude a llevar el mal. No se atreven tan fácilmente a dos, ni la fortuna, ni la vulgaridad, y aun por esso el Médico sagaz, ya que erró la cura, no yerra en buscar quien, a título de consulta, le ayude a llevar el ataúd: repártese el peso y el pesar, que la desdicha a solas se redobla para intolerable.

259. Anticiparse a los agravios y convertirlos en favores. Prevenir las injurias y hazer dellas favores. Más sagacidad es evitarlas que vengarlas. Es gran destreza hazer confidente del que avía de ser émulo, convertir en reparos de su reputación los que la amenazavan tiros. Mucho vale el saber obligar: quita el tiempo para el agravio el que lo ocupó con el agradecimiento. Y es saber vivir convertir en plazeres los que avían de ser pesares. Hágase confidencia de la misma malevolencia.

260. No será de nadie por completo ni tendrá a nadie del todo. No son bastantes la sangre, ni la amistad, ni la obligación más apretante, que va grande diferencia de entregar el pecho o la voluntad. La mayor unión admite excepción; ni por esso se ofenden las leyes de la fineza. Siempre se reserva algún secreto para sí el amigo, y se recata en algo el mismo hijo de su padre; de unas cosas se zelan con unos que comunican a otros, y al contrario, con que se viene uno a conceder todo y negar todo, distinguiendo los términos de la correspondencia.

261. No seguir adelante con la necedad. No proseguir la necedad. Hazen algunos empeño del desacierto, y porque començaron a errar, les parece que es constancia el proseguir. Acusan en el foro interno su yerro, y en el externo lo excusan, con que si quando començaron la necedad fueron notados de inadvertidos, al proseguirla son confirmados en necios. Ni la promesa inconsiderada, ni la resolución errada induzen obligación. Desta suerte continúan algunos su primera grosería y llevan adelante su cortedad: quieren ser constantes impertinentes.

262. Saber olvidar. Más es dicha que arte. Las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas. No sólo es villana la memoria para faltar quando más fue menester, pero necia para acudir quando no convendría: en lo que ha de dar pena es prolixa y en lo que avía de dar gusto es descuidada. Consiste a vezes el remedio del mal en olvidarlo, y olvídase el remedio. Conviene, pues, hazerla a tan cómodas costumbres, porque basta a dar felicidad o infierno. Excéptanse los satisfechos, que en el estado de su inocencia gozan de su simple felicidad.

263. No poseer en propiedad muchas de las cosas que gustan. Más se goza dellas agenas que proprias. El primer día es lo bueno para su dueño, los demás para los estraños. Gózanse las cosas agenas con doblada fruición, esto es, sin el riesgo del daño y con el gusto de la novedad. Sabe todo mejor a privación: hasta el agua agena se miente néctar. El tener las cosas, a más de que desminuye la fruición, aumenta el enfado tanto de prestallas como de no prestallas. No sirve sino de mantenellas para otros, y son más los enemigos que se cobran que los agradecidos.

264. No descuidarse nunca. No tenga días de descuido. Gusta la suerte de pegar una burla, y atropellará todas las contingencias para coger desapercebido. Siempre han de estar a prueva el ingenio, la cordura y el valor; hasta la belleza, porque el día de su confiança será el de su descrédito. Quando más fue menester el cuidado, faltó siempre, que el no pensar es la çancadilla del perecer. También suele ser estratagema de la agena atención coger al descuido las perfecciones para el riguroso examen del apreciar. Sábense ya los días de la ostentación, y perdónalos la astucia, pero el día que menos se esperava, ésse escoge para la tentativa del valer.

265. Saber enfrentar a los subordinados a situaciones difíciles. Saber empeñar los dependientes. Un empeño en su ocasión hizo personas a muchos, assí como un ahogo saca nadadores. Desta suerte descubrieron muchos el valor, y aun el saber, que quedara sepultado en su encogimiento si no se huviera ofrecido la ocasión. Son los aprietos lances de reputación, y puesto el noble en contingencias de honra, obra por mil. Supo con eminencia esta lición de empeñar la Católica Reina Isabela, assí como todas las demás; y a este político favor devió el Gran Capitán su renombre, y otros muchos su eterna fama: hizo grandes hombres con esta sutileza.

266. No ser malo por demasiado bueno. Eslo el que nunca se enoja: tienen poco de personas los insensibles. No nace siempre de indolencia, sino de incapacidad. Un sentimiento en su ocasión es acto personal. Búrlanse luego las aves de las apariencias de bultos. Alternar lo agrio con lo dulce es prueva de buen gusto: sola la dulçura es para niños y necios. Gran mal es perderse de puro bueno en este sentido de insensibilidad.

267. Palabras de seda, con suavidad de carácter. Atraviessan el cuerpo las jaras, pero las malas palabras el alma. Una buena pasta haze que huela bien la voca. Gran sutileza del vivir, saber vender el aire. Lo más se paga con palabras, y bastan ellas a desempeñar una impossibilidad. Negóciase en el aire con el aire, y alienta mucho el aliento soberano. Siempre se ha de llevar la voca llena de açúcar para confitar palabras, que saben bien a los mismos enemigos. Es el único medio para ser amable el ser apacible.

268. El prudente hace a tiempo lo que el necio a destiempo. Haga al principio el cuerdo lo que el necio al fin. Lo mismo obra el uno que el otro; sólo se diferencian en los tiempos: aquél en su sazón y éste sin ella. El que se calçó al principio el entendimiento al revés, en todo lo demás prosigue desse modo: lleva entre pies lo que avía de poner sobre su cabeza; haze siniestra de la diestra, y assí es tan zurdo en todo su proceder. Sólo hai un buen caer en la cuenta. Hazen por fuerça lo que pudieran de grado; pero el discreto luego ve lo que se ha de hazer, tarde o temprano, y execútalo con gusto y con reputación.

269. Sacar partido a su novedad. Válgase de su novedad, que mientras fuere nuevo, será estimado. Aplaze la novedad, por la variedad, universalmente; refréscase el gusto y estímase más una medianía flamante que un extremo acostumbrado. Rózanse las eminencias, y viénense a envejecer; y advierta que durará poco essa gloria de novedad: a quatro días le perderán el respeto. Sepa, pues, valerse dessas primicias de la estimación y saque en la fuga del agradar todo lo que pudiera pretender; porque si se passa el calor de lo reciente, resfriaráse la passión, y trocarse ha el agrado de nuevo en enfado de acostumbrado, y crea que todo tuvo también su vez, y que passó.

270. No ser el único en criticar lo que les gusta a muchos. No condenar solo lo que a muchos agrada. Algo ai bueno, pues satisfaze a tantos; y, aunque no se explica, se goza. La singularidad siempre es odiosa; y quando errónea, ridícula; antes desacreditará su mal concepto que el objecto; quedarse ha solo con su mal gusto. Si no sabe topar con lo bueno, dissimule su cortedad y no condene a vulto, que el mal gusto ordinariamente nace de la ignorancia. Lo que todos dizen, o es, o quiere ser.

271. El que sabe poco debe atenerse siempre a lo más seguro de cada oficio. En toda profesión; que aunque no le tengan por sutil, le tendrán por fundamental. El que sabe puede empeñarse y obrar de fantasía; pero saber poco y arriesgarse es voluntario precipicio. Téngase siempre a la mano derecha, que no puede faltar lo assentado. A poco saber, camino real; y a toda lei, tanto del saber como del ignorar, es más cuerda la seguridad que la singularidad.

272. Vender las cosas a precio de cortesía. Que es obligar más. Nunca llegará el pedir del interesado al dar del generoso obligado. La cortesía no da, sino que empeña, y es la galantería la mayor obligación. No ai cosa más cara para el hombre de bien que la que se le da: es vendella dos vezes, y a dos precios, del valor y de la cortesía. Verdad es que para el ruin es algaravía la galantería, porque no entiende los términos del buen término.

273. Comprender los temperamentos de la gente con quien se trata. Comprehensión de los genios con quien trata: para conocer los intentos. Conocida bien la causa, se conoce el efecto, antes en ella y después en su motivo. El melancólico siempre agüera infelicidades, y el maldiciente culpas: todo lo peor se les ofrece, y no percibiendo el bien presente, anuncian el possible mal. El apassionado siempre habla con otro lenguaje diferente de lo que las cosas son; habla en él la passión, no la razón. Y cada uno, según su afecto o su humor. Y todos mui lejos de la verdad. Sepa descifrar un semblante y deletrear el alma en los señales. Conozca al que siempre ríe por falto, y al que nunca por falso. Recátese del preguntador, o por fácil, o por notante. Espere poco bueno del de mal gesto, que suelen vengarse de la naturaleza éstos, y assí como ella los honró poco a ellos, la honran poco a ella. Tanta suele ser la necedad quanta fuere la hermosura.

274. Tener atractivo. Que es un hechizo políticamente cortés. Sirva el garavato galante más para atraer voluntades que utilidades, o para todo. No bastan méritos si no se valen del agrado, que es el que da la plausibilidad, el más plático instrumento de la soberanía. Un caer en picadura es suerte, pero socórrese del artificio, que donde ai gran natural assienta mejor lo artificial. De aquí se origina la pía afición, hasta conseguir la gracia universal.

275. Corriente, pero no indecente. No esté siempre de figura y de enfado; es ramo de galantería. Hase de ceder en algo al decoro para ganar la afición común. Alguna vez puede passar por donde los más; pero sin indecencia, que quien es tenido por necio en público no será tenido por cuerdo en secreto. Más se pierde en un día genial que se ganó en toda la seriedad. Pero no se ha de estar siempre de excepción: el ser singular es condenar a los otros; menos, afectar melindres; déxense para su sexo: aun los espirituales son ridículos. Lo mejor de un hombre es parecerlo; que la muger puede afectar con perfección lo varonil, y no al contrario.

276. Acompañar de esfuerzo el natural cambio de carácter. Saber renovar el genio con la naturaleza y con el arte. De siete en siete años dizen que se muda la condición: sea para mejorar y realçar el gusto. A los primeros siete entra la razón; entre después, a cada lustro, una nueva perfección. Observe esta variedad natural para ayudarla y esperar también de los otros la mejoría. De aquí es que muchos mudaron de porte, o con el estado, o con el empleo; y a vezes no se advierte, hasta que se ve, el excesso de la mudança. A los veinte años será Pabón; a los treinta, León; a los quarenta, Camello; a los cinqüenta, Serpiente; a los sesenta, Perro; a los setenta, Mona; y a los ochenta, nada.

277. Saber lucirse. Hombre de ostentación. Es el lucimiento de las prendas. Ai vez para cada una: lógrese, que no será cada día el de su triunfo. Ai sugetos vizarros en quienes lo poco luze mucho, y lo mucho hasta admirar. Quando la ostentativa se junta con la eminencia, passa por prodigio. Ai naciones ostentosas, y la Española lo es con superioridad. Fue la luz pronto lucimiento de todo lo criado. Llena mucho el ostentar, suple mucho y da un segundo ser a todo, y más quando la realidad se afiança. El Cielo, que da la perfección, previene la ostentación, que qualquiera a solas fuera violenta. Es menester arte en el ostentar: aun lo mui excelente depende de circunstancias y no tiene siempre vez. Salió mal la ostentativa quando le faltó su sazón. Ningún realçe pide ser menos afectado, y perece siempre deste desaire, porque está mui al canto de la vanidad, y ésta del desprecio. Ha de ser mui templada porque no dé en vulgar, y con los cuerdos está algo desacreditada su demasía. Consiste a vezes más en una eloqüencia muda, en un mostrar la perfección al descuido; que el sabio dissimulo es el más plausible alarde, porque aquella misma privación pica en lo más vivo a la curiosidad. Gran destreza suya no descubrir toda la perfección de una vez, sino por brúxula irla pintando, y siempre adelantando; que un realce sea empeño de otro mayor, y el aplauso del primero, nueva expectación de los demás.

278. No llamar nunca la atención. Huir la nota en todo. Que en siendo notados, serán defectos los mismos realces. Nace esto de singularidad, que siempre fue censurada; quédase solo el singular. Aun lo lindo, si sobresale, es descrédito; en haziendo reparar, ofende, y mucho más singularidades desautorizadas. Pero en los mismos vicios quieren algunos ser conocidos, buscando novedad en la ruindad para conseguir tan infame fama. Hasta en lo entendido lo sobrado degenera en bachillería.

279. No responder a quien nos contradice. No dezir al contradezir. Es menester diferenciar quándo procede de astucia o vulgaridad. No siempre es porfía, que tal vez es artificio. Atención, pues, a no empeñarse en la una ni despeñarse en la otra. No ai cuidado más logrado que en espías, y contra la ganzúa de los ánimos no ai mejor contratreta que el dexar por dentro la llave del recato.

280. Hombre de buena ley. Está acabado el buen proceder, andan desmentidas las obligaciones, ai pocas correspondencias buenas: al mejor servicio, el peor galardón, a uso ya de todo el mundo. Ai naciones enteras proclibes al maltrato: de unas se teme siempre la traición; de otras, la inconstancia; y de otras, el engaño. Sirva, pues, la mala correspondencia agena, no para la imitación, sino para la cautela. Es el riesgo de desquiciar la entereza a vista del ruin proceder. Pero el varón de lei nunca se olvida de quién es por lo que los otros son.

281. La aprobación de los inteligentes. Gracia de los entendidos. Más se estima el tibio sí de un varón singular que todo un aplauso común, porque regüeldos de aristas no alientan. Los sabios hablan con el entendimiento, y así su alabança causa una imortal satisfación. Reduxo el juizioso Antígono todo el teatro de su fama a solo Zenón, y llamaba Platón toda su escuela a Aristóteles. Atienden algunos a sólo llenar el estómago, aunque sea de broza vulgar. Hasta los soberanos han menester a los que escriven, y teman más sus plumas que las feas los pinceles.

282. Utilizar la ausencia. O para el respeto, o para la estimación. Si la presencia desminuye la fama, la ausencia la aumenta. El que ausente fue tenido por León, presente fue ridículo parto de los montes. Deslústranse las prendas si se rozan, porque se ve antes la corteza del exterior que la mucha substancia del ánimo. Adelántase más la imaginación que la vista, y el engaño, que entra de ordinario por el oído, viene a salir por los ojos. El que se conserva en el centro de su opinión conserva la reputación; que aun la Fénix se vale del retiro para el decoro, y del deseo para el aprecio.

283. Tener inventiva, pero controlada. Hombre de inventiva a lo cuerdo. Arguye excesso de Ingenio, pero ¿quál será sin el grano de demencia? La inventiva es de ingeniosos; la buena elección, de prudentes. Es también de gracia, y más rara, porque el elegir bien lo consiguieron muchos; el inventar bien, pocos, y los primeros en excelencia y en tiempo. Es lisongera la novedad, y si feliz, da dos realces a lo bueno. En los assuntos del juizio es peligrosa por lo paradoxo, en los del ingenio, loable; y si acertadas, una y otra plausibles.

284. No ser entrometido. No sea entremetido, y no será desairado. Estímese, si quisiere que le estimen. Sea antes avaro que pródigo de sí. Llegue deseado, y será bien recebido. Nunca venga sino llamado, ni vaya sino embiado. El que se empeña por sí, si sale mal, se carga todo el odio sobre sí; y si sale bien, no consigue el agradecimiento. Es el entremetido terrero de desprecios, y por lo mismo que se introduze con desvergüenza es tripulado en confussión.

285. No perecer por la desgracia ajena. Conozca al que está en el lodo, y note que le reclamará para hazer consuelo del recíproco mal. Buscan quien les ayude a llevar la desdicha, y los que en la prosperidad le davan espaldas, aora la mano. Es menester gran tiento con los que se ahogan para acudir al remedio sin peligro.

286. No contraer ni desmedidas deudas de gratitud, ni con cualquiera. No dexarse obligar del todo, ni de todos, que sería ser esclavo y común. Nacieron unos más dichosos que otros, aquéllos para hazer bien y éstos para recebille. Más preciosa es la libertad que la dádiva, porque se pierde. Guste más que dependan dél muchos que no depender él de uno. No tiene otra comodidad el mando sino el poder hazer más bien. Sobre todo, no tenga por favor la obligación en que se mete, y las más vezes la diligenciará la astucia agena para prevenirle.

287. No actuar nunca apasionadamente. Nunca obrar apassionado: todo lo errará. No obre por sí quien no está en sí, y la passión siempre destierra la razón. Substituya entonces un tercero prudente, que lo será, si desapassionado: siempre ven más los que miran que los que juegan, porque no se apassionan. En conociéndose alterado, toque a retirar la cordura, porque no acabe de encendérsele la sangre, que todo lo executará sangriento, y en poco rato dará materia para muchos días de confussión suya y murmuración agena.

288. Adaptarse a la ocasión. El governar, el discurrir, todo ha de ser al caso. Querer quando se puede, que la sazón y el tiempo a nadie aguardan. No vaya por generalidades en el vivir, si ya no fuere en favor de la virtud, ni intime leyes precisas al querer, que avrá de bever mañana del agua que desprecia hoi. Ai algunos tan paradóxamente impertinentes, que pretenden que todas las circunstancias del acierto se ajusten a su manía, y no al contrario. Mas el sabio sabe que el norte de la prudencia consiste en portarse a la ocasión.

289. El mayor defecto de un hombre. El mayor desdoro de un hombre: es dar muestras de que es hombre. Déxanle de tener por divino el día que le ven mui humano. La liviandad es el mayor contraste de la reputación. Assí como el varón recatado es tenido por más que hombre, assí el liviano por menos que hombre. No ai vicio que más desautorize, porque la liviandad se opone frente a frente a la gravedad. Hombre liviano no puede ser de substancia, y más si fuere anciano, donde la edad le obliga a la cordura. Y con ser este desdoro tan de muchos, no le quita el estar singularmente desautorizado.

290. El fracaso está en unir aprecio y afecto. Es felicidad juntar el aprecio con el afecto: no ser mui amado para conservar el respeto. Más atrevido es el amor que el odio; afición y veneración no se juntan bien; y aunque, no ha de ser uno mui temido ni mui querido. El amor introduze la llaneza, y al passo que ésta entra, sale la estimación. Sea amado antes apreciativamente que afectivamente, que es amor mui de personas.

291. Saber probar a los demás. Saber hazer la tentativa. Compita la atención del juizioso con la detención del recatado: gran juizio se requiere para medir el ageno. Más importa conocer los genios y las propriedades de las personas que de las yervas y piedras. Acción es ésta de las más sutiles de la vida: por el sonido se conocen los metales y por el hablar las personas. Las palabras muestran la entereza, pero mucho más las obras. Aquí es menester el extravagante reparo, la observación profunda, la sutil nota y la juiziosa Crisi.

292. Las cualidades personales deben superar las obligaciones del cargo. enza el natural las obligaciones del empleo, y no al contrario. Por grande que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona. Un caudal con ensanches vase dilatando y ostentando más con los empleos. Fácilmente le cogerán el coraçón al que le tiene estrecho, y al cabo viene a quebrar con obligación y reputación. Preciávase el grande Augusto de ser mayor hombre que Príncipe. Aquí vale la alteza de ánimo, y aun aprovecha la confiança cuerda de sí.

293. La madurez. Resplandeze en el exterior, pero más en las costumbres. La gravedad material haze precioso al oro, y la moral a la persona. Es el decoro de las prendas, causando veneración. La compostura del hombre es la fachata del alma. No es necedad con poco meneo, como quiere la ligereza, sino una autoridad mui sossegada. Habla por sentencias, obra con aciertos. Supone un hombre mui hecho, porque tanto tiene de persona quanto de madurez. En dexando de ser niño, comiença a ser grave y autorizado.

294. Moderación al juzgar. Moderarse en el sentir. Cada uno haze concepto según su conveniencia, y abunda de razones en su aprehensión. Cede en los más el dictamen al afecto. Acontece el encontrarse dos contraditoriamente y cada uno presume de su parte la razón; mas ella, fiel, nunca supo hazer dos caras. Proceda el sabio con reflexa en tan delicado punto; y assí el rezelo proprio reformará la calificación del proceder ageno. Póngase tal vez de la otra parte; examínele al contrario los motivos. Con esto, ni le condenará a él, ni se justificará a sí tan a lo desalumbrado.

295. No presumir, sino hacer. No hazañero, sino hazañoso. Hazen mui de los hazendados los que menos tienen para qué. Todo lo hazen misterio, con mayor frialdad: camaleones del aplauso, dando a todos hartazgos de risa. Siempre fue enfadosa la vanidad, aquí reída: andan mendigando hazañas las hormiguillas del honor. Afecte menos sus mayores eminencias. Conténtese con hazer, y dexe para otros el dezir. Dé las hazañas, no las venda; ni se han de alquilar plumas de oro para que escrivan lodo, con asco de la cordura. Aspire antes a ser Heroico que a sólo parecerlo.

296. Persona de grandes y majestuosas cualidades. Varón de prendas, y magestuosas. Las primeras hazen los primeros hombres. Equivale una sola a toda una mediana pluralidad. Gustaba aquel que todas sus cosas fuessen grandes, hasta las usuales alajas. ¡Quánto mejor el varón grande deve procurar que las prendas de su ánimo lo sean! En Dios todo es infinito, todo inmenso; assí en un Héroe todo ha de ser grande y magestuoso, de suerte que todas sus acciones, y aun razones, vayan revestidas de una trascendente grandiosa magestad.

297. Actuar siempre como si nos vieran. Obrar siempre como a vista. Aquel es varón remirado que mira que le miran o que le mirarán. Sabe que las paredes oyen y que lo mal hecho revienta por salir. Aun quando solo, obra como a vista de todo el mundo, porque sabe que todo se sabrá; ya mira como a testigos aora a los que por la noticia lo serán después. No se recatava de que le podían registrar en su casa desde las agenas el que desseava que todo el mundo le viesse.

298. Tres cosas hacen un prodigio y son el don máximo de la suma liberalidad: Ingenio fecundo, juizio profundo y gusto relevantemente jocundo. Gran ventaja concebir bien, pero mayor discurrir bien, entendimiento del bueno. El ingenio no ha de estar en el espinaço, que sería más ser laborioso que agudo. Pensar bien es el fruto de la racionalidad. A los veinte años reina la voluntad, a los trenta el ingenio, a los quarenta el juizio. Ai entendimientos que arrojan de sí luz, como los ojos del linçe y en la mayor escuridad discurren más; ailos de ocasión, que siempre topan con lo más a propósito. Ofrecéseles mucho y bien: felicíssima fecundidad. Pero un buen gusto sazona toda la vida.

299. Dejar con hambre a los demás. Hase de dexar en los labios aun con el néctar. Es el deseo medida de la estimación; hasta la material sed es treta de buen gusto picarla, pero no acabarla. Lo bueno, si poco, dos vezes bueno. Es grande la vaxa de la segunda vez: hartazgos de agrado son peligrosos, que ocasionan desprecio a la más eterna eminencia. Única regla de agradar: coger el apetito picado con el hambre con que quedó. Si se ha de irritar, sea antes por impaciencia del deseo que por enfado de la fruición: gústase al doble de la felicidad penada.

300. En una palabra: virtuoso, pues lo resume todo. Santo, que es dezirlo todo de una vez. Es la virtud cadena de todas las perfecciones, centro de las felicidades. Ella haze un sugeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal Héroe. Tres eses hazen dichoso: santo, sano y sabio. La virtud es el Sol del mundo menor, y tiene por emisferio la buena conciencia; es tan hermosa, que se lleva la gracia de Dios y de las gentes. No ai cosa amable sino la virtud, ni aborrecible sino el vicio. La virtud es cosa de veras, todo lo demás de burlas. La capacidad y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la fortuna. Ella sola se basta a sí misma. Vivo el hombre, le haze amable; y muerto, memorable.



*buscabiografias.com

Biografía de El Arte de la Prudencia

Autor: Víctor Moreno, María E. Ramírez, Cristian de la Oliva, Estrella Moreno y otros
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Publicación: 11/08/2018
Última actualización: 26/05/2023

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Baruch Spinoza

Baruch Spinoza

Filósofo judío Uno de los grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII. Obras: Tratado teológico-político, Tratado breve, Compendio de g...

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