Escritora ecuatoriana
- Obras: Fantasía y Recuerdos, Desencanto, A mi madre...
- Género: Poesía, ensayo...
- Padres: José Veintimilla y Jerónima Carrión
- Cónyuge: Sixto A. Galindo
- Hijo: Santiago
- Nombre: Ignacia María de los Dolores Veintimilla de Galindo y Carrión
Dolores Veintimilla nació el 12 de julio de 1829, en Quito, Ecuador.
Hija de José Veintimilla y Jerónima Carrión. Se crio en el seno de una familia aristocrática.
Cursó estudios en el Colegio Santa María del Socorro y en el Convento de Santa Catalina de Siena. Tocaba el piano y recibió clases de dibujo y pintura. Desde edad temprana empezó a escribir poesía.
A los 18 años, se casó en Quito con Sixto Antonio Galindo y Oroña, médico natural de Nueva Granada, quien se encargó de que continuara con su educación literaria. Fueron padres de un hijo, Santiago.
Se instalaron en Guayaquil y en 1854, se trasladaron a Cuenca. Más tarde, su esposo marchó a Centroamérica para prosperar en su profesión. Comenzó a frecuentar los mejores círculos sociales y en su casa organizaba tertulias literarias con otros poetas y literatos como: Vicente Salazar y Lozano, Benigno Malo, Miguel Ángel Corral o Tomás Rendón Solano.
Abandonada por su esposo, sufrió una profunda depresión que la llevó a escribir sus poemas: Desencanto, Aspiración, Anhelo, Sufrimiento, Noche y mi dolor, Quejas, A mis enemigos, A mi madre, y A un Reloj.
En abril de 1857, tras presenciar el fusilamiento del nativo llamado Tiburcio Lucero, escribió Necrología en protesta contra la pena de muerte y en defensa de los indígenas.
El obispo de Cuenca, Fray Vicente Solano, emprendió una campaña de desprestigio contra ella y, atendiendo al obispo, la sociedad de Cuenca la margina hasta el punto de no poder salir de su domicilio.
Señalada como atea e inmoral, el 23 de mayo de 1857 se suicidó ingiriendo cianuro cuando tenía veintiocho años.
A mis enemigos
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¿Qué os hice yo, mujer desventurada,
que en mi rostro, traidores, escupís
de la infame calumnia la ponzoña
y así matáis a mi alma juvenil?
¿Qué sombra os puede hacer una insensata
que arroja de los vientos al confín
los lamentos de su alma atribulada
y el llanto de sus ojos? ¡ay de mí!
¿Envidiáis, envidiáis que sus aromas
le dé a las brisas mansas el jazmín?
¿Envidiáis que los pájaros entonen
sus himnos cuando el sol viene a lucir?
¡No! ¡no os burláis de mí sino del cielo,
que al hacerme tan triste e infeliz,
me dio para endulzar mi desventura
de ardiente inspiración rayo gentil!
¿Por qué, por qué queréis que yo sofoque
lo que en mi pensamiento osa vivir?
Por qué matáis para la dicha mi alma?
¿Por qué ¡cobardes! a traición me herís?
No dan respeto la mujer, la esposa,
La madre amante a vuestra lengua vil...
Me marcáis con el sello de la impura...
¡Ay! nada! nada! respetáis en mí!