Manuel José Quintana
Poeta y patriota español
Manuel José Quintana nació el 11 de abril de 1772 en Madrid.
Cursó estudios de Derecho y trabajó como abogado en Madrid antes de las Guerras napoleónicas. Desde 1795, fue nombrado procurador fiscal de la Junta de Comercio y Moneda en ese mismo año.
Durante el conflicto escribió numerosos panfletos patrióticos y, tras pasar algún tiempo en prisión entre 1814 y 1820, intervino activamente en la vida política.
En 1814 ingresó en la Real Academia Española y en la de San Fernando. Durante la Guerra de la Independencia militó en el ala liberal del partido antibonapartista y sufrió las consiguientes persecuciones bajo el reinado de Fernando VII. Tras la muerte de este monarca, recibió numerosos honores, entre ellos ser incluido en vida en la Biblioteca de Autores Españoles y ser laureado por Isabel II en 1855.
Fue tutor de la familia real, director de Instrucción Pública y senador. Su poesía neoclásica es completamente tradicional, empleando la oda para exponer las virtudes del patriotismo y el liberalismo.
Manuel José Quintana falleció en Madrid el 11 de marzo de 1857.
Obras
Ensayo
Las reglas del drama (1791)
Vidas de españoles célebres (Tomo I: 1807; Tomo II: 1830; Tomo III, 1833)
Cartas a Lord Holland (1824)
Poesía
Poesías (1802)
Drama
El Duque de Viseo (representada en 1801)
Pelayo (representada en 1805)
Antologías
Colección de poesías castellanas (1807)
Poesías selectas castellanas, (1830-1833)
A ESPAÑA, DESPUÉS DE LA REVOLUCION DE MARZO
¿Qué era, decidme, la nación que un día
reina del mundo proclamó el destino,
la que a todas las zonas extendía
su cetro de oro y su blasón divino?
Volábase a occidente,
y el vasto mar Atlántico sembrado
se hallaba de su gloria y su fortuna.
Doquiera España: en el preciado seno
de América, en el Asia, en los confines
del Africa, allí España. El soberano
vuelo de la atrevida fantasía
para abarcarla se cansaba en vano;
la tierra sus mineros le rendía,
sus perlas y coral el Oceano,
y dondequier que revolver sus olas
el intentase, a quebrantar su furia
siempre encontraba costas españolas.
Ora en el cieno del oprobio hundida,
abandonada a la insolencia ajena,
como esclava en mercado, ya aguardaba
la ruda argolla y la servil cadena.
¡Qué de plagas, oh, Dios! Su aliento impuro
la pestilente fiebre respirando,
infestó el aire, emponzoñó la vida,
el hambre enflaquecida
tendió sus brazos lívidos, ahogando
cuanto el contagio perdonó; tres veces
de Jano el templo abrimos,
y a la trompa de Marte aliento dimos,
tres veces, ¡ay!, los dioses tutelares
su escudo nos negaron y nos vimos
rotos en tierra y rotos en los mares.