Olga Orozco
Escritora argentina
Olga Orozco nació el 17 de marzo de 1920 en Toay, en la provincia de La Pampa.
Padres
Hija de Carmelo Gugliotta, siciliano, y de la argentina Cecilia Orozco.Estudios
Egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Becada por el Fondo Nacional de las Artes y el gobierno de Italia, realizó estudios en Europa.Escritora
Colaboradora de la revista Canto, dirigida por su primer marido, el poeta Miguel Ángel Gómez.Una de las más destacadas poetas argentinas, con una prolífica obra que se desarrolló entre las décadas de los 40 y los 80.
Dentro de su obra poética destacan: Desde lejos (1946), Los muertos (1951), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Canto a Berenice (1977) y Mutaciones de la realidad (1979).
Autora de la novela La oscuridad es otro sol (1968).
Orozco fue integrante del movimiento surrealista argentino, representado también por Enrique Molina, Aldo Pellegrini y Juan José Caselli. Sus poemas y textos han sido incluidos en diversas antologías y otras publicaciones, además de ser traducidos al francés, inglés, italiano, alemán, rumano, hindú, portugués y japonés.
En 1971 fue distinguida con el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina de Poesía y, en 1980, recibió el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes.
Olga Orozco falleció en Buenos Aires el 15 de agosto de 1999.
Obras
Desde lejos (1946)
Las muertes (1952)
Los juegos peligrosos (1962)
La oscuridad es otro sol (1967)
Museo salvaje (1974)
Veintinueve poemas (1975)
Cantos a Berenice (1977)
Mutaciones de la realidad (1979)
La noche a la deriva (1984)
Páginas de Olga Orozco (1984)
En el revés del cielo (1987)
Con esta boca en este mundo (1994)
También la luz es un abismo (1995)
Relámpagos de lo invisible (1998)
Eclipses y fulgores (1998)
Últimos poemas (2009)
El jardín posible (2009)
Poesía Completa (2012)
No hay puertas
Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el tiempo,
con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde su madriguera,
con el vértigo de mirar hacia arriba,
como tu amor que se encendía de pronto como una lámpara en medio de la noche,
con pequeños fragmentos de un mundo consagrado para la idolatría,
con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriendo el costado del miedo,
a la sombra del ocio que abría tiernamente un abanico de praderas celestes,
hiciste día a día la soledad que tengo.
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno;
camina junto a mí con tu paso vacío,
y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en nunca.
La dejaste en mis puertas como quien abandona la heredera de un reino del que nadie sale y al que jamás se vuelve.
Y creció por sí sola,
alimentándose con esas hierbas que crecen en los bordes del recuerdo
y que en las noches de tormenta producen espejismos misteriosos,
escenas con que las fiebres alimentan sus mejores hogueras:
La he visto así poblar las alamedas con los enmascarados que inmolan el amor
- personajes de un mármol invencible, ciego y absorto como la distancia -,
o desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al mar,
lejos, en otra parte,
donde estarás llenando el cuenco de unos años con un agua de olvido.
Algunas veces sopla sobre mí con el viento del sur
un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido en la garganta rota de la dicha,
o trata de borrar con un trozo de esperanza raída
ese adiós que escribiste con sangre de mis sueños en todos los cristales
para que hiera todo cuanto miro.
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti.
Aúlla con tu voz en todos los rincones.
Cuando la nombro con tu nombre
crece como una llaga en las tinieblas.
Y un atardecer levantó frente a mí
esa copa del cielo que tenía un color de álamos mojados y en la que hemos bebido el vino de eternidad de cada día,
y la rompió sin saber, para abrirse las venas,
para que tú nacieras como un dios de su espléndido duelo.
Y no pudo morir
y su mirada era la de una loca.
Entonces se abrió un muro
y entraste en ese cuarto con una habitación que no tiene salidas
y en la que estás sentado, contemplándome, en otra soledad semejante a mi vida.
Olga Orozco