En 1698, el zar ruso Pedro I el Grande, tratando de homologar el aspecto de sus súbditos con el del europeo estándar de la época, promulgó un decreto que gravaba con un impuesto a todos los rusos, excepto los sacerdotes y los campesinos que se «obcecasen» en llevar barba. Así, los nobles y los negociantes tuvieron que pagar el derecho de mil rublos para conservar la barba, mientras el pueblo llano se veía obligado a pagar un kopek «por barba». Para hacer cumplir su decreto, el zar situó a una legión de recaudadores a las puertas de las ciudades que exigían el pago del impuesto o, en su defecto, recurrían a los servicios de un barbero que allí mismo, ipso facto, rasuraba a los rebeldes.
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