El zar ruso Pedro I el Grande compró una colección de especímenes del naturalista y embalsamador holandés Frederic Ruysch, formada por unos mil trescientos fósiles, rocas, plantas y embriones y fetos humanos y animales, en perfecto estado de conservación. Inmediatamente el zar ordenó el traslado de la colección a Rusia a bordo de un barco. Por desgracia, cuando el buque arribó a San Petersburgo, la colección estaba diezmada y prácticamente perdida, pues los marineros se habían bebido el brandy en que estaban preservados muchos de los especímenes.
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