Se cuenta que un rico demandó a un pobre por que olía diariamente las sabrosas emanaciones de su cocina señorial; El juez San Ivo (patrono de los abogados), admitió la demanda y falló en su favor, condenando al pobre a pagar una moneda de oro. Cuando la hizo sonar sobre la mesa y el rico iba a tomarla; decretó que el sonido de la moneda indemnizaba cumplidamente al señor por los aromas percibidos por el pobre.
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