El compositor húngaro Franz Liszt fue agasajado en casa de una princesa italiana donde una dama inglesa, que se preciaba de tocar bien, pidió al maestro que tuviera a bien escucharla. Tan mal lo hacía, que los presentes se asombraron al ver que Liszt aplaudía con entusiasmo cuando finalizó. La anfitriona le preguntó por qué había aplaudido si lo hizo tan mal; Liszt respondió: "He aplaudido por eso, porque dejó de tocar; tenga en cuenta que podía haberse eternizado al piano".
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