Fyodor Dostoevsky, el 'gran profeta ruso', es uno de los mejores escritores de la historia. Suyas son novelas como 'Crimen y castigo', 'El Idiota' y 'Los hermanos Karamazov'. Además de novelas escribió cuentos, fue periodista, precursor de tendencias filosóficas y científicas como el existencialismo o el psicoanálisis, y también enfermo de epilepsia.
No es de extrañar pues que en sus novelas haya hasta seis personajes epilépticos. El príncipe Myshkin, protagonista de 'El Idiota', es el más conocido de todos ellos y el que al parecer posee más rasgos autobiográficos del autor. A través del relato de las crisis sufridas por este personaje es posible adentrarse en la realidad de un enfermo con epilepsia y conocer de primera mano cómo vive su enfermedad alguien que no recibe tratamiento.
Además de una poderosa arma para averiguar el tipo de epilepsia que Dostoevsky sufría, Myshkin es, hasta el momento, el único testimonio a partir del cual se puede construir la evolución natural de esta enfermedad y la mejor descripción de lo que siente un epiléptico. Andrea O. Rossetti, de la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y Julien Bogousslavsky, del Centro Hospitalario Universitario de Vaudois (Suiza), identifican en su estudio las experiencias del príncipe con las que debió vivir el novelista y rescatan los testimonios del autor para llegar así a un diagnóstico lo más exacto posible de la enfermedad de Dostoevsky.
De acuerdo con los datos que existen, el escritor debutó como epiléptico a los 25 años con una crisis violenta. Sin embargo, no fue hasta la época de su destierro en Siberia cuando sus ataques se volvieron más frecuentes y generalizados. Durante estos años experimentó su primera crisis Grand-mal - con convulsiones generalizadas- y desde 1853, con 32 años, las sufría regularmente a finales de cada mes.
Pero lo más llamativo de la enfermedad de este escritor es el relato de lo que se denomina aura extática, un sentimiento de armonía y felicidad absolutas que experimentaba antes de las crisis. "Siento que el cielo ha descendido a la tierra y me envuelve. Realmente he alcanzado a dios que se introduce en mí. Todos vosotros, personas sanas, ni siquiera sospecháis lo que es la felicidad, esa felicidad que experimentamos los epilépticos por un segundo antes de un ataque". Así relata Myshkin -y a través de él el propio Dostoevsky- sus éxtasis, con los que se ha comparado la visión de Mahoma del paraíso, el misticismo de Teresa de Jesús o los 'sueños' de Juana de Arco.
Los ataques comenzaban normalmente por la noche. Primero un ligero picor en las manos y luego la nada. Tenía crisis generalizadas, que cursaban con convulsiones en todas las extremidades, pérdidas de memoria, dificultad al respirar, taquicardia, espuma en la boca y periodos postictales largos con presencia de afasia y depresión. Todos estos signos, junto con las auras extáticas y la ausencia de enfermedades neurológicas o psiquiátricas hacen suponer que Dostoevsky sufría Epilepsia del Lóbulo Temporal.
Virtud o desgracia
Flaubert, Napoleón, Pío IX, incluso Hércules, el semidios de la mitología griega, aparecen en la historia como 'demoniacus', 'lunaticus' o 'caducus', algunos de los nombres que han recibido a lo largo de la historia los enfermos de epilepsia. Pero ninguno de ellos nos ha dejado un testimonio tan valioso como Dostoevsky. Sin duda, su dominio de las palabras y su facilidad para describir la psicología de las personas han contribuido enormemente a que su visión de la epilepsia, desde dentro, sea hoy paradigma del conocimiento de esta enfermedad.
La epilepsia, que en griego significa 'ser cogido desde arriba', ha sido siempre una patología relevante. Existen referencias en el Código de Hammurabi, en tratados de Hipócrates, en textos de San Isidoro de Sevilla y en la mitología griega. Entre un 1% y un 2% de la población sufre esta enfermedad, lo que implica que en España alrededor de 300.000 personas la padecen, aunque sólo un 20% de ellas tienen problemas para controlar los ataques con la medicación.
Sin embargo, durante el siglo XIX, a pesar de que entonces comenzó a disiparse la neblina que había ocultado esta enfermedad desde la Edad Media, aún no existían tratamientos eficaces para la epilepsia. Soluciones de opio, exposiciones al frío intenso, sangrías, eran algunas de la terapias empleadas en la época y resultaban del todo inocuas.
Dostoevsky aprendió a vivir con sus crisis, a las que en ocasiones temía -"tengo miedo de que me estén conduciendo a la demencia"- y en otras percibía como algo único y casi divino -"me siento lleno de armonía (...) y el sentimiento es tan fuerte y dulce que por unos segundos de esa dicha, uno daría más de diez años de su vida, tal vez la vida entera"-.
Gracias a su testimonio y al de sus personajes, Dostoevsky ha dejado una detallada descripción de los síntomas de la enfermedad, y el mejor ejemplo de que las personas con epilepsia no deben ser juzgadas en función de esta patología sino de su naturaleza, un legado tan valioso como el de su literatura.
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