Según algunas crónicas históricas, Alejandro Magno murió en Babilonia, muy lejos de su patria, a los treinta y tres años, por unas fiebres (posiblemente malaria) contraídas durante una orgia que duró dos días, celebrada en la ciudad de Babilonia. Su cadáver fue llevado a su país natal, Macedonia, conservado en miel para evitar su descomposición.
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