Se cuenta que el escritor español Francisco de Quevedo sufría a un admirador demasiado persistente. Continuamente le enviaba cartas llenas de alabanzas a las que adjuntaba algunos versos para que el poeta le diera su opinión. Sintiéndose tan acosado resolvió contestarle con la siguiente misiva: "Caballero, sepa su merced que me he muerto y, por lo tanto, no tendré el gusto de contestaros ya nunca más". Al poco tiempo, Quevedo recibió una nueva carta de su admirador. En el sobre se leía: "Para don Francisco de Quevedo, en el otro mundo". Y por supuesto, le siguió mandando sus pésimos versos con el ruego de que le diera su sincera opinión.
© buscabiografias, 1999-2024