En 1839, en un descuido, el químico americano Charles Goodyear que trataba de averiguar cómo eliminar la pegajosidad del caucho, dejó caer unos trozos de este material mezclado con azufre sobre una estufa encendida. Al comenzar a quemarse el caucho, Goodyear se dio cuenta de su descuido, pero observó sorprendido que el caucho no se fundía, sino que sólo se carbonizaba lentamente, como si fuese de cuero. Entonces clavó el trozo de caucho medio carbonizado en la parte exterior de la puerta de la cocina de su casa para que se enfriara con el intenso frío que hacía fuera y se olvidó de él. A la mañana siguiente, comprobó con sorpresa que el trozo de caucho carbonizado se había transformado en un material que conservaba su flexibilidad y elasticidad, esta incluso acentuada, pero que ya no era pegajoso. La conclusión era obvia: agregando azufre al caucho, sometiendo la mezcla a una temperatura mayor que su punto de fusión (proceso que, en q842, el inglés Thomas Hancock llamaría) vulcanización y enfriándola rápidamente, se producía una estabilización de las propiedades del caucho que abría todo un mundo de nuevas aplicaciones para este producto que hasta entonces sólo se utilizaba como goma de borrar. Como pronto se comprobó, el caucho vulcanizado podía ser estirado hasta doce veces su tamaño original, sin romperse ni deformarse irreversiblemente.
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