La princesa Isabel de Austria, mucho más conocida por su sobrenombre familiar Sissí, una encantadora muchacha, aficionada a pescar, montar a caballo, beber cerveza y comer salchichón, se vio catapultada de la noche a la mañana, tras contraer matrimonio a los quince años con el emperador austriaco Francisco José I, a protagonizar uno de los movimientos más convulsos y difíciles de la historia de Centroeuropa. Destacó pronto por sus tendencias liberales y progresistas, poco habituales entre los aristócratas de su tiempo; pero cierta propensión familiar a la locura y a la extravagancia, que se manifestó en no pocos de sus parientes más cercanos, fueron convirtiéndola en una persona excéntrica y cercana a la locura. Además, ese progresivo hundimiento vino favorecido por una larga serie de reveses personales: en muy pocos años, su cuñado Maximiliano fue fusilado en México y su viuda enloqueció; su hermana, la duquesa Sofía de Alenzón, murió en un incendio del bazar de la Caridad de París; suprimo, el rey Luis de Baviera, se ahogó en el lago Stenberg; su cuñado, Luis de Trani, se suicidó en Zurich; el archiduque Juan desapareció misteriosamente; el archiduque Guillermo murió de un accidente ecuestre; su sobrina, la archiduquesa Matilde, pereció en un incendio; el archiduque Ladislao murió en accidente de caza, y su hijo predilecto, Rodolfo, heredero de la corona imperial, se suicidó en Mayerling junto con su esposa.
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