La princesa Sissí conforme fue envejeciendo fue aumentando sus extravagancias; luchaba desesperadamente contra las huellas que iba dejando el paso del tiempo en su cuerpo. Utilizaba mascarillas de carne cruda, fresas y aceite de oliva, y dormía con paños húmedos sobre las caderas, convencida de que así mantendría su esbeltez. Por su obsesión por la belleza comenzó a coleccionar fotografías de bailarinas y mujeres bellas de toda Europa. Además se rodeaba de papagayos, perros lobos y galgos, y hasta adquirió un macaco. Incluso le dio a su hija preferida, Valeria, un compañero de juegos inusual: un negro contrahecho, llamado Rustino, que había sido enviado a la corte austriaca por el sha de Persia como regalo personal. La emperatriz practicaba también el espiritismo y aseguraba que mantenía continuas conversaciones con el espectro del poeta alemán Heine, uno de sus héroes románticos.
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