En 1891, Clarín fue elegido para concejal del Ayuntamiento de Oviedo. Durante la reunión del acto de nombramiento, permaneció callado, hasta que escuchó de boca de otro concejal que leía el acta, un «haiga». El escritor volcó sobre él tanta furia dialéctica que el concejal, avergonzado por las risas del público asistente, presentó inmediatamente su dimisión.
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