En 1505, el papa Julio II encargó a Miguel Ángel Buonarroti, que por entonces tenía sólo veintinueve años, la construcción de su futuro sepulcro. El artista diseñó un monumento de dos pisos , formado por un sarcófago rodeado de relieves en bronce y de cuarenta estatuas de mármol. Una montaña entera de este material, extraído de las canteras de Carrara, a varios cientos de kilómetros de distancia, fue transportada hasta Roma. Sin embargo, según algunas crónicas contemporáneas, el pintor Rafael Sancio y su pariente y protector, el arquitecto Donato d'Angelo, más conocido por Bramante, celosos de la gloria que esta obra iba a reportar al joven Miguel Ángel, intrigaron ante el papa, convenciéndole de que la construcción de su sepulcro en vida podría traerle la desgracia. Le recomendaron que, a cambio, Miguel Ángel pintase el enorme techo abovedado de la Capilla Sixtina, pensando que este trabajo excedería las facultades de Miguel Ángel, hasta entonces sólo conocido como escultor. El sepulcro quedó abandonado durante cuatro años, entre 1508 y 1512, mientras el artista completaba la decoración del techo de la capilla con las escenas de la Creación, una de las obras pictóricas más asombrosas de todos los tiempos. De esta forma, al morir Julio II en 1513, su tumba no estaba construida. Miguel Ángel, requerido por sucesivos papas, fue demorando la finalización de esta obra. Cuarenta años después de haber iniciado la construcción del sepulcro, Miguel Ángel sólo había esculpido algunas estatuas de las cuarenta que tendrían que haber flanqueado la tumba, entre ellas el famoso Moisés de 3 m de altura, considerada la escultura más representativa del Renacimiento italiano. En 1545, Miguel Ángel, ya con sesenta y nueve años, concluyó una versión muy reducida de la tumba de Julio II, con el Moisés en el centro, en la iglesia de San Pedro Encadenado de Roma.
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