En el siglo XI, una epidemia de peste diezmó Hungría. Cierto día, el rey Ladislao I (1077-1096) disparó una flecha que atravesó una planta de genciana. Creyendo que se trataba de una respuesta celestial, dio un té de esta planta a algunos de sus súbditos enfermos, los cuales a los pocos días sanaron. En el siglo XX se descubrió que la raíz de genciana contiene una sustancia antibiótica, denominada genciopicrina, la cual ha sido ensayada con gran éxito contra gérmenes infectantes.
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