Cuando el dramaturgo inglés William Congreve falleció en 1792, su amante, Henrietta, duquesa de Marlborough, mandó hacer una máscara mortuoria de la cara de Congreve, posteriormente la añadió a un muñeco de tamaño natural y pasó el resto de su vida junto a él. Obligó a los visitantes a inclinarse ante el muñeco y hablarle como si estuviera vivo. Por las mañanas lo vestía con ropa limpia, por la noche lo desvestía y acostaba en su cama. Los sirvientes tenían orden de tratarlo como si fuera un lord viviente. En alguna ocasión llamó a los doctores para que lo examinaran. Pidió ser enterrada con él muñeco como última voluntad.
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