Comer en el carísimo restaurante de Ferran Adrià, uno de los mejores cocineros del mundo, ya es casi imposible pues no admiten ninguna reserva hasta el 2013 en que El Bulli cerrará sus puertas. Aunque se hace sitio si quien llama es Javier Bardem y anuncia que quiere acudir con Penélope Cruz y Mónica -su hermana-, más el cuñado cantante, la novia del cuñado (Eva Longoria) y resto de amigos. Y así el Bulli se abre para disfrutar de nudos esferificados de yogur con ficoide glaciale, crunchy de almendra tierna, shabu-shabu de hígado de rape con linquat de sésamo, ninfas de algodón, olivas esféricas, marshmallow de piñones, lulada, moshi de gorgonzola, gominola de shiso, sobre de algas, galletas de tomate... así hasta veinte platos más que dejaron satisfechos al actor y a sus acompañantes. Todos viajaron en avión privado y, tras disfrutar de los placeres ofrecidos por Ferran Adrià, regresaron a Madrid por el mismo medio. Nada de hacer colas, ni tener problemas con el equipaje de mano. El trabajador del cine, como se definió Bardem días después en la inauguración de la calle madrileña de las estrellas, sabe disfrutar de los elitistas placeres de la vida únicos y exclusivos para esa gente que no desconoce el significado de la palabra crisis.
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