En 1596, John Harrington, ahijado de la reina Isabel I de Inglaterra, inventó un retrete con depósito de agua corriente incorporado, que soltaba agua quitando un tapón. John pretendía con la idea volver a ganarse la confianza de la reina, que lo había desterrado de la corte por distribuir en ella novelas de tono picante. Sin embargo, el retrete cayó pronto en desuso al ser tomado a broma. Tres siglos después, en 1884, el hojalatero inglés Thomas Crapper inventó un WC (iniciales de la expresión inglesa water closet, "armario de agua") que, evitando el despilfarro de agua, resultaba práctico. Este nuevo WC incorporaba un diseño con un tubo de comunicación en zigzag, que retenía agua y mediante el cual se evitaba el problema de los malos olores
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