El estadista inglés Tomás Moro murió decapitado por orden del rey Enrique VIII por negarse a reconocer el cisma anglicano de la Iglesia Católica. Su cabeza fue hervida, clavada en un palo y exhibida en el puente de Londres. Un mes después, su hija, Margaret Roper, sobornó a los vigilantes del puente para que le entregasen la cabeza. Una vez en su poder, la guardó en una caja de plomo y la preservó con esencias aromáticas. Poco después fue detenida por aquel soborno y encarcelada. Murió en 1544 y la cabeza de su padre fue enterrada con ella. En junio de 1824 se abrió la tumba y la cabeza de Tomás Moro fue públicamente expuesta en la iglesia de San Dustane, en Canterbury, hasta fecha muy reciente.
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