Dieciséis años después de la muerte del filósofo francés René Descartes en Estocolmo, el cadáver fue exhumado a petición de sus amigos y trasladado a Paría, excepto el dedo índice derecho, que se lo quedó el embajador de Francia, alegando que "quería poseer el dedo que había escrito las palabras cogito, ergo sum". En el viaje, un capitán de la guardia sueca que custodiaba la reliquia, sustituyó el cráneo del filósofo por el de otro difunto. El cráneo verdadero fue decorando las vitrinas de una serie de coleccionistas, hasta que cayó en manos del químico sueco Jöns Jakob Berzelius, quien ofreció la calavera definitivamente al naturalista francés Georges Cuvier.
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