El extravagante violinista italiano Niccoló Paganini estaba tan obsesionado con su calidad artística y tan pagado de sí mismo, que en ocasiones tocaba con cuerdas de violín gastadas con la esperanza que se rompiesen en mitad de una interpretación y así él pudiese demostrar su virtuosismo en tal situación extrema. Su excepcional calidad técnica era fruto de un constante ejercicio que llegó a deformar tanto sus manos que, extendidas, medías cada una 45 cm.
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