Se dice que Marcel Proust regresó cierto día a su pueblo natal y, como cuando era pequeño, pidió magdalenas para desayunar. Cuando iba a comer la primera magdalena, el aroma y sabor de esta pasta le evocaron esos recuerdos de su infancia que parecían olvidados. Parece ser que este fue el motivo que lo impulsó a escribir À la recherche du temps perdu. Proust sentía un cariño casi enfermizo por su madre. Se dice que su última palabra fue "madre".
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