La mala suerte siempre acompañó a Eurípides. Hijo de un tabernero y una verdulera con los que pasó una infancia llena de disputas, escribió tragedias que no gozaron del favor del público. Padeció de halitosis y murió atacado por unos perros. Cuando fue enterrado, junto a su tumba brotó un manantial de aguas ponzoñosas
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