La sacarina se descubrió casualmente en 1879 por el norteamericano Constantin Fahlberg, ayudante de laboratorio en la Universidad John Hopkins de Baltimore. Un día notó un sabor dulzón en la sopa. Llamó a la cocinera y se quejó. Ésta probó indignada el caldo y no lo notó dulce. Poco después Fahlberg también notó el mismo sabor en un pedazo de pan, intrigado se lamió la mano y advirtió ese mismo sabor. Regresó al laboratorio y llegó a la conclusión de que el sabor dulce provenía de una sustancia desconocida que había surgido en el cursó de su investigación sobre la hulla en busca de nuevos colores de reacción. Pronto la identificó y patentó con el nombre de sacarina.
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