La madre de Jean-Jacques Rousseau murió al darle a luz y ello provocó que su hijo recibiese una educación muy desordenada, que influiría tanto en su obra como en su vida, generándole un carácter y un temperamento muy inestables. Desempeñó múltiples oficios, Rousseau se entregó pronto a multitud de amoríos y romances. Empleado como aprendiz de procurador y grabador con el maestro Ducommun, que lo sometió a cruel trato, optó por huir cuando tenía dieciséis años. Recaló en la ciudad de Confignan, en la Saboya francesa, donde encontró asilo en casa de un sacerdote, al que se ganó con el pretexto de haber llegado a su puerta para convertirse al catolicismo. El sacerdote le envió a casa de la baronesa de Warens, la cual le hizo ingresar en el convento del Espíritu Santo de Turín, donde el muchacho abjuró del protestantismo. Luego vivió amancebado durante algunos años con su protectora, de la que al cabo perdió su favor. Tras una breve temporada en la que ejerció de preceptor en Lyon, llegó a París en 1741. Allí entró en el círculo de los enciclopedistas, viviendo bajo la protección de una de ellos, madame D'Epinay. Mientras tanto comenzó una relación amorosa clandestina con una modesta costurera, Teresa le Vasseur, de la que tuvo cinco hijos (enviados al hospicio tan pronto como nacieron) y con la que se casaría finalmente veinticinco años después. Reingresado en la fe protestante, y tras publicar algunas obras que alcanzaron un gran éxito, hubo de huir de Francia al ser perseguido tras la publicación de "Emilio", condenado por el Parlamento de París. Fue acogido por el rey Federico II de Prusia y posteriormente por el filósofo inglés David Hume. De vuelta a Francia, empobrecido y malviviendo como copista de música y autor de opúsculos, entró en una fase de extrema hipocondría, que le llevó a cambiar constantemente de residencia hasta su muerte.
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