Un gran bebedor de café fue el rey Federico el Grande de Prusia, que solía tomar grandes dosis de café preparado con champán, en vez de con agua. Menos sofisticado en sus gustos, pero también mucho más constante y enardecido fue el sabio francés François Marie Arouet, Voltaire, del que se dice que era tan aficionado al café que bebió unas cincuenta tazas al día durante toda su vida de adulto, que por cierto duró hasta los ochenta y cinco años de edad. No sería raro pensar que si alguien le hubiera prohibido tomarlo hubiese reaccionado como el sultán otomano Selim I, del que se cuenta que hizo colgar a dos médicos por aconsejarle que dejara de tomar café.
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