Después de cuarenta años de carrera, el cantante dice adiós a los escenarios con dos conciertos que recogerá en «Todo de mí»
«Desayuno de cuervos» es el nombre que le puso al cuadro que reina en su salón y que él mismo pintó en 1995. En él, debajo del Capitolio, la nuca de algún presidente americano deja entrever los sesos que se meriendan los pájaros. No es su único cuadro. Camilo Sesto habría sido pintor de no ser músico.
Lo avalan todas las pinturas que se reparten por su casa. En un amplio salón decorado con candelabros de velas rojas, amarillas y azules, persianas de espejo, un dálmata de porcelana y pisapapeles de cristal transparente. Es allí, entre cojines de colores y fotos de sus padres enmarcadas en cuadros con remates dorados, donde nos cuenta su despedida de los escenarios: «No es que el mundo del arte se me vaya a desplomar y no tenga nada que ver conmigo, pero sí que no me subiré más a un escenario».
Después de cuarenta años de carrera, y de veinte sin actuar en directo desde Madrid, el cantante regresa a la capital, «a casa», con «Todo de mí», un espectáculo que grabará en sus dos últimos conciertos, que serán, explica el cantante: «Espectaculares, con mis músicos de siempre pero también con la Sinfónica, con coros... Madrid se lo merece».
La cita será los días 1 y 2 de octubre en el Palacio de Congresos Juan Carlos I y ofrecerá, además de sus canciones de siempre, dos temas inéditos escritos por él.
De Alcoy a Jesucristo Superstar
Camilo Sesto recordará sus inicios, desde aquellos años en los que aún era Camilo Blanes y cantaba en bodas y comuniones con su grupo Los Dayson en su Alcoy natal. Unos años que sembraron los cimientos del músico en el que se convirtió. Por eso, asegura que lo que más le enorgullece de su carrera es sentir que ha nacido para la música, como demostró en uno de los mayores éxitos de su trayectoria: «Cuando alguien dice Jesucristo Superstar lo primero que piensan es Camilo. Fue uno de mis mejores momentos, no solo por cantarlo, sino porque fue un precedente en este país, en el que no existían los musicales. Además, no había patrocinios y tuve que sacarlo todo de mi bolsillo». Y añade: «La repercusión de aquello fue enorme. En Japón, el inglés lo aprendían con Sinatra, y el español conmigo».
Y es que Camilo es un hombre que se define como muy exigente: «Soy virgo, así que me exprimo hasta el máximo, hasta que quedo satisfecho. Hay una entrega total y absoluta».
Una pasión que el público agradece. «Forman parte de mi vida y yo de la de ellos», explica. «Quien tenga sentimientos puede entrar en la familia camilera», añade, aunque reconoce que eso no quiere decir que su público le conozca: «Conocen muchas cosas del artista, pero no todo de la persona. No me conocen, si no me querrían más». De todos modos, Camilo Sesto se siente un hombre «querido, privilegiado y mimado», que si ha tenido enemigos ha sido «problema de elllos», porqué él, asegura: «Quiero ser amigo hasta de mis enemigos, el resto es dañino».
Y es que él es así: «Más natural que el agua de un manantial, más sencillo que el mundo». «La gente -asegura- ve complicada la vida de un artista, pero no es así. Yo soy una persona llana, del pueblo y para el pueblo».
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