La imagen histórica de eterno vencedor que se aplica a Napoleón Bonaparte, al menos hasta su derrota final, ha de ser contrastada con los múltiples problemas de salud que arrastró. Al parecer, además de ser vencido en Waterloo, hubo de soportar la derrota mientras luchaba contra las hemorroides, llegándose a especular que esta dolencia fue una de las razones principales de su derrota, ya que le impedía montar a caballo, lo cual no le permitió tener un conocimiento exacto de la marcha de la batalla. También sufrió, parece ser, de estreñimiento crónico durante toda su vida. Y eso que era un comedor frugal, de lo que da muestra, por ejemplo, que su plato favorito fueran las patatas hervidas con cebolla. Así mismo, sufría un miedo visceral, de carácter fóbico, hacia los gatos. Para algunos historiadores, parece seguro que también contrajo la sífilis. En fin, según algunos estudios realizados sobre su esqueleto, se considera probable que muriese envenenado. Tal vez tantos males y achaques hicieron de Napoleón un hombre precavido. Y quizá por eso, en mayo de 1813, firmó una póliza de seguro por un valor muy alto que cubría la eventualidad de que muriese en batalla o fuese hecho prisionero. La prima que tuvo que pagar fue de tres libras, para un seguro válido tan sólo para un mes. Sin embargo, frente a esa existencia tan llena de achaques, su inmortalidad goza de muy buena salud, si se puede decir así.
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