Otro de los llamados a morir vírgenes fue el filósofo y matemático francés René Descartes. Le achacan virginidad debido a su feo aspecto y al hecho que era dado a arranques de misticismo. En 1649 fue invitado a la corte de Cristina de Suecia en Estocolmo para dar a la reina clases de filosofía. Todo parecía irle bien si Cristina no hubiera insistido en hacer que le enseñara filosofía a las cinco de la mañana en un aposento grande y frío. Descartes no se quejó aunque siempre odió el frío y rara vez se levantaba antes del mediodía. Después de tres meses de estas espantosas clases antes del amanecer, murió el 11 de febrero de 1650 de una enfermedad respiratoria, que probablemente fue pulmonía. Diecisiete años más tarde, su cadáver volvió a París, donde fue sepultado
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