El escritor ruso León Tolstói, heredero del condado de su apellido, comenzó a sentir en determinada época de su vida una repulsión por lo que suponía la vida de un noble ruso: dueño y señor de la vida de sus vasallos, a los que podía explotar, maltratar e, incluso, llegado el caso, matar impunemente. Según confesión propia, él mismo se comportó así, hasta que, tiempo después, al abrazar la religión cristiana, revolucionó por completo su forma de vida. Por cierto, su conversión fue harto peculiar, pues siempre estuvo muy influido por otras confesiones, y fundamentalmente por la filosofía budista, por lo que llegaría a ser excomulgado por la iglesia ortodoxa en 1901. Llevado por su nueva filosofía, vivió los últimos años de su vida como un sencillo campesino, un pobre "murik", en su hacienda de Yásnaya Poliana, en Tula. Comenzó a vivir pobremente, repartiendo caritativamente sus bienes, pese a la oposición de su esposa, Sofía Bers, que veía peligrar la situación de sus trece hijos. Hasta tal punto llegó la generosidad de Tolstói, que los estafadores pronto hicieron mella en su bondadosa e ingenua conciencia. Uno de ellos, de nombre Chertkov, llegó a convencerle de que debía entregar el resto de sus bienes a un campesino pobre que lo mereciese; es más, él mismo se presentó voluntario para ser "ese pobre destinatario de sus bienes". Tolstói redactó un nuevo testamento en tal sentido y eso fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de su esposa. Cuando León la encontró cierto día rebuscando entre sus papeles, dispuesta a destruir aquel testamento, decidió abandonar Rusia y dejar atrás sus problemas. En una fría noche de octubre, León Tostói ocupó un asiento de tercera clase de un tren con destino a la frontera rusa. En el viaje enfermó de pulmonía, de lo que murió pocos días después.
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